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lunes, 26 de octubre de 2009

Flor roja para Alfredo El poeta Silva Estrada recibió el adiós de sus amigos y familiares más íntimos





La poesía de Alfredo Silva Estrada está siendo estudiada por los jóvenes críticos, afirma el investigador literario Oscar Rodríguez Ortiz, amigo íntimo del poeta fallecido (Nicola Rocco)

Sonia Sanoja besó una flor roja y la depositó sobre el féretro de su marido, el poeta Alfredo Silva Estrada, justo antes de salir a los hornos crematorios. Su pena recrudeció y el sollozo ahogó la despedida para quien se considera una de las voces fundamentales de la poesía venezolana de los últimos tiempos.

Eso fue el viernes en la tarde. Apenas Silva Estrada había fallecido el pasado miércoles 14 de octubre en horas de la noche, luego de haber luchado por años contra una penosa enfermedad.

En el camposanto, acompañaron al poeta los familiares y amigos de su círculo más íntimo, gente de la cultura, como Romelia Arias, ex presidenta de la Federación de Ateneos de Venezuela, la periodista y especialista en danza Teresa Alvarenga, gente cercana a la estatal Monte Ávila Editores, y dos de los hombres de letras más cercanos al fallecido: Edgar Vidaurre ("fue mi maestro y fui su asistente") y Oscar Rodríguez Ortiz ("fuimos amigos desde siempre").

Entrada a la vanguardia

Fueron ellos dos los que tejieron palabras amables, reveladoras, sobre el autor: "Alfredo perdurará en el tiempo, porque la poesía realmente moderna, de vanguardia en Venezuela, como tal, nace con esa generación de los años 50, y concretamente Alfredo encarnó, encarna y seguirá encarnando ese entrar de la poesía venezolana en la vanguardia", señala Vidaurre, poeta y editor del sello alternativo Diosa Blanca.

"Yo pensé que me había quedado solo estudiando a Alfredo, pero hay una cantidad de jóvenes que lo han estado siguiendo ahora, porque en una época éramos Juan Liscano, Ludovico Silva y yo", dice por su parte Rodríguez Ortiz, ensayista, investigador y crítico literario.

El cuerpo de Silva Estrada yace entre la mirada lánguida de sus íntimos. Parece mentira que su cuerpo ya apergaminado y sin el brillo de la vida haya albergado tanto amor por la palabra, tanta sapiencia, tanta experiencia.

"Fue un hombre que tuvo el máximo reconocimiento -asegura Vidaurre-, el Gran Premio Internacional de Poesía que otorga la Bienal de Lieja (Bélgica), en 2001. Creo que ese premio es más importante que el Nobel, el más grande de poesía que se otorga en el mundo, y no han sido sino dos latinoamericanos los que lo han ganado: Octavio Paz y Alfredo Silva Estrada, y eso pasó casi por debajo de la mesa".

Para ese entonces, Silva Estrada había declarado con dulzura y modestia: "Me siento contento porque este es un premio hermoso y de una gran limpieza"; con esa misma sencillez de quien atesoraba el poemario Elena y los elementos, de Juan Sáncez Peláez como compañero en su primer viaje al exterior cuando apenas contaba con 19 años de edad.

"Yo creo que no hay un poeta vivo contemporáneo que no haya tenido alguna relación vivencial intensa y profunda con Alfredo", agrega Vidaurre, "el profundo amor que Alfredo sentía por la palabra deja una impronta en su poesía que todavía creo que no se ha descubierto. No es solamente abstracción o juego de palabras. Hay incluso una metafísica, un erotismo patente y cargado".

Y es porque, como analiza Rodríguez Ortiz, la de Silva Estrada "es una poesía extraordinaria, un monumento arquitectónico, una obra de ingeniería. Es una obra absolutamente trabada, unitaria, redonda. Justamente a ese aspecto de la unidad de la poesía de Silva Estrada es al que yo me he referido más veces".

Confiesa el crítico que le han objetado tal afirmación y le han preguntado si entonces la poesía de Silva Estrada nunca cambió: "¡Por supuesto que hay cambios! No es lo mismo la poesía barroca y onírica de sus principios a la poesía afectiva de Los moradores. Pero lo importante no son los cambios, sino la continuidad, la unidad que existe en esa obra".

Entonces, Rodríguez Ortiz relata su cercanía personal con la poesía de su amigo: "Cada vez que estoy leyendo un poema de Alfredo, me remito inmediatamente al primero. No hay manera de que yo no termine leyendo a Alfredo completo cada vez que investigo un sector de él. Toda su obra, su primer poema remite al último y el último al primero. Ese aspecto me ha fascinado. Como lector de poesía me produce consternación y desde el punto de vista racional puro, una admiración absoluta".

Debió ser la formación filosófica de Silva Estrada, y Vidaurre lo describe: "Era una persona muy intensa, no era fácil. Con una inteligencia absoluta, mezclada con una sensibilidad estética exquisita. Alfredo es un hombre con una vida muy interesante, se educó en Europa, tuvo contacto con los mejores poetas de allá; y su vida vale la pena una buena biografía".

Su ahora viuda, la bailarina y coreógrafa Sonia Sanoja, cierra sus ojos y coloca la flor roja sobre el vidrio. Cierra la tapa. Con ese gesto, despide al amigo, al compañero de vida, al esposo, al poeta.

"Yo tengo los manuscritos de Los quintetos del círculo -confiesa Rodríguez Ortiz-, lo tengo empastado, y algún día se lo daré a la Biblioteca Nacional cuando quiera deshacerme de mis libros".

Ana María Hernández G.

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