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lunes, 5 de octubre de 2009

Una mirada a la transformación de China en 60 años como Estado comunista

Muestra aérea sobre la plaza Tiananmen, en Pekín, durante la celebración de los 60 años de fundación de la República.

Foto: AFP

Muestra aérea sobre la plaza Tiananmen, en Pekín, durante la celebración de los 60 años de fundación de la República.

Analistas consideran que en este tiempo ha conseguido que casi todos sus ciudadanos tengan vivienda, comida y vestuario asegurados, y que sea vista como protagonista en el contexto internacional.

Según el calendario lunar chino, cada seis décadas termina un ciclo astrológico completo. Por eso el pasado jueves primero de octubre la República Popular China celebró la mayor fiesta conmemorativa desde su creación: se cumplieron 60 años desde que Mao Zedong proclamó en la Plaza de Tiananmen la fundación del estado comunista, después de expulsar a los invasores japoneses y ganar una guerra civil contra las tropas del general nacionalista Chiang Kai Chek.

A la señora Li le tocó desfilar aquel día. Tenía trece años y fue elegida, junto a varios miles de niños, para saludar a Mao y su 'nueva China'. Antes de salir de casa, su madre le abotonó el vestido y repasaron bien la lección. "En mi familia temíamos que los comunistas hicieran cosas terribles. Había muchos rumores, pero el día del desfile fue emocionante y todos rompieron a llorar. Yo también lloré. Realmente creímos que empezaba una etapa mucho mejor para China", recordó.

Para bien o para mal, cerca del 75 por ciento de los chinos de hoy nacieron después de la etapa que comenzó aquella mañana de 1949 y no han conocido otra forma de gobierno más allá de la hegemonía del Partido Comunista.

Bajo el férreo control de las tropas revolucionarias y con una sociedad entregada a su líder, el país comenzó a estabilizarse y dejó atrás décadas de guerra, violencia y dominio extranjero. Se purgó a los disidentes que quedaban (la llamada 'Campaña de las Cien Flores'), al tiempo que se repartían tierras, se colectivizaba la propiedad privada y se diseñaban planes económicos con los que Mao esperaba superar el PIB de Gran Bretaña en menos de quince años.

'Gran Salto Adelante'

El proceso se aceleró a lo largo de los 50, con el llamado 'Gran Salto Adelante', que organizó la economía en torno a comunas y núcleos de producción colectiva. La idea estaba jalonada con la obsesión de convertir a China en el primer productor mundial de acero y de fortalecer el Ejército. Millones de campesinos dejaron el campo para cumplir los planes industriales. Al padre de la señora Li le confiscaron sus negocios y fue enviado a una fábrica como peón. "A mí me fue asignado un trabajo como camarera", recordó ella, en diálogo con EL TIEMPO.

Aunque el PIB registró un crecimiento casi continuo superior al 5 por ciento, el saldo social y económico de aquel experimento, agravado por las peores sequías en varias décadas, es lo que algunos historiadores han denominado "la peor matanza registrada en tiempos de paz". Según cálculos del miembro del Partido Comunista Chino Yuan Longping, 40 millones de personas murieron entre 1958 y 1959, la mayoría de hambre, mientras otros tantos sobrevivieron alimentándose con troncos de árboles, raíces, e insectos.

"Durante estos 17 primeros años de maoísmo la gente era muy miserable, pero en los diez años siguientes fue peor", aseguró el profesor Zhang Ming, experto en historia política de la Universidad del Pueblo de Pekín y una de las víctimas del segundo experimento a gran escala.

Acosado por el fracaso de sus planes de producción, Mao y su núcleo duro volvieron a convertir el país en una probeta a mediados de los 60. Empezó la llamada Revolución Cultural, considerada la etapa más negra y el único crimen político que ha vivido algo parecido a un juicio en China. El llamado Gran Timonel propuso crear un hombre nuevo y erradicar los llamados 'cuatro viejos': las viejas tradiciones, las viejas costumbres, la vieja cultura y el viejo pensamiento.

El resultado fue una orgía de destrucción protagonizada por las Guardias Rojas, jóvenes educados durante la etapa comunista que arrasaron con todo símbolo del pasado: quemaron templos y libros, redujeron a añicos el patrimonio de una cultura milenaria.

Como le ocurrió al profesor Zhang Ming, millones de personas, acusadas de tener 'vicios capitalistas' (empresarios, profesores, artistas, ingenieros, expertos, intelectuales, escritores), fueron obligadas a "reeducarse" en campos de trabajo en el campo.

"Una noche las Guardias Rojas golpearon hasta la muerte a un anciano del barrio que había sido maestro. Les grite por qué le hacían eso a un pobre viejo inofensivo, y cuando me vieron querían apalearme a mi. Tuve que huir", narró la señora Li.

El 9 de septiembre de 1976 se produjo lo que para el profesor Zhang Ming es el momento más importante en estos 60 años de historia: la muerte de Mao. "Su liderazgo fue más nefasto para China que el de Stalin en Rusia, pero como el Partido Comunista sigue en el poder no se ha hecho un revisionismo como el que se hizo en la Unión Soviética. El maoísmo fue una enorme pesadilla colectiva", consideró.

La versión oficialista sobre la historia reciente de China admite que Mao "erró en un 30 por ciento de sus políticas", pero añade que "acertó en el restante 70 por ciento". La mayoría de los chinos aprendieron en la escuela que el 'Gran Timonel' pacificó y unificó el país, sentando las bases para el desarrollo experimentado en las últimas tres décadas.

Tras la muerte de Mao llegó al poder un hombre que también había sufrido en carne propia la Revolución Cultural: Deng Xiaoping, un político realista que decidió implantar injertos capitalistas en varias 'zonas especiales' situadas frente a la colonia británica de Hong Kong, que serviría de inspiración y como fuente de financiación.

Esta vez el experimento sí parecía funcionar: el libre mercado y la propiedad privada, los mismos demonios que sus antecesores habían combatido, se fueron abriendo paso desde finales de los 70, propiciando un apabullante desarrollo económico que desde entonces ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza y que, al mismo tiempo, ha generado desigualdades abrumadoras por todo el país. "La energía de la gente estaba atada y se liberó con las reformas", resume Zhang Ming.

'Sin maoísmo'

Chen Julian cursaba primaria cuando empezó la apertura en 1987. Hoy es editor de una revista económica de Shanghái y autor de varios libros que hablan del "despertar chino" y pronostican su irrupción como gran potencia mundial.

"Yo he crecido en un país moderno gracias a que en estos 60 años se ha transformado China dejando atrás una sociedad tradicional. Ya no queda nada del maoísmo, no hay ninguna continuidad en la forma de gobierno más allá de la hegemonía del Partido", comentó este licenciado en Ciencias Políticas que espera del futuro una "democracia con características chinas" y quien justifica las desigualdades de su país como un "mal necesario". Se trata de abismos sociales en medio a los cuales una niña rica se gasta 650.000 dólares en un mastín tibetano (ocurrió a principios de septiembre) mientras la mitad de la población sigue viviendo una realidad rural marcada por la pobreza.

El profesor Zhang Ming cree que gracias a la propaganda y al férreo control de sistema educativo, la mayoría de los chinos no saben demasiado de estos 60 años de historia que ahora se conmemoran. La credibilidad de la clase dirigente, eso sí, llega muy desgastada al final de este "ciclo astrológico completo". Según un reciente sondeo en Internet publicado por la propia prensa oficial, la mayoría de los chinos confían más en las prostitutas que en sus políticos.

Otros analistas, como el norteamericano Sidney Rittenberg, creen que en estos 60 años China ha conseguido que casi la totalidad de sus ciudadanos tengan vivienda, comida y ropa asegurada. Que China sea tenida en cuenta por primera vez como un actor de peso internacional, así como crear un Gobierno menos marcado por la ideología y un sentimiento de nación compacta, es algo que desde su punto de vista no existía antes de la revolución que triunfó en 1949.

Rittenberg, que organizó un encuentro con periodistas extranjeros días antes del aniversario, fue el primer norteamericano aceptado en el Partido Comunista Chino y traductor de Mao Zedong. Acusado de espionaje en los periodos más radicales, pasó 16 años en cárceles del gigante asiático. Hoy, absuelto de los cargos, sigue viviendo en China y defiende el marco general de un proyecto político que ha mutado de década en década y que según los pronósticos se convertirá en la primera potencia económica mundial antes de 15 años.

ÁNGEL VILLARINO
PARA EL TIEMPO
PEKÍN

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