Ricardo Gil Otaiza // Juan Antonio Pérez Bonalde Mi interés por la figura y obra del gran poeta lírico venezolano, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), nace en los ya lejanos tiempos del bachillerato, cuando por requerimiento del profesor de Lengua y Literatura tuve que aprenderme de memoria un poema de un autor venezolano para luego recitarlo en la clase. Fue entonces cuando me topé (por azares del destino o por afinidad melancólica, qué sé yo) con el largo y hermoso poema Vuelta a la patria, que me aprendí con gozo -no exento de dificultad- y con gran susto recité una mañana delante de mis compañeros. Debo reconocer que le puse pasión a mi tarea, y esbocé cada palabra y cada verso como si me salieran del alma, al punto de que cuando finalicé mi cometido, los ojos del profesor estaban inundados de lágrimas. Recuerdo el largo silencio que se produjo y la inmensa paz y felicidad que me embargaron. Recuerdo, también, que en ese mismo instante juré a mí mismo y a la memoria del poeta, escribir algún día sobre su breve y atormentada vida.
De ese juramento pasaron muchos años, cuando tomé la firme decisión de no demorar más lo que tenía que escribir sobre el poeta. No sabía cómo abordaría su compleja figura, ni bajo qué género literario lo haría, pero de mi ser bullía una necesidad -si se quiere espiritual- de cerrar aquel episodio escolar que marcaría mi derrotero literario. Una tarde lluviosa me fui con una libreta y un lapicero hasta la Biblioteca Nacional, y durante algún tiempo estuve indagando sobre la vida y la obra de Pérez Bonalde. A medida que hallaba material bibliográfico, más crecían esas ansias de expresar mi admiración por ese ser, si se quiere fracasado, negado a la vida, impregnado de un halo de tristeza y de oscuridad, y en la misma biblioteca me decidí a escribir una novela, que por cierto me ha dado muchas satisfacciones, la cual titulé Una línea indecisa.
Entre la escritura de la novela y su publicación pasaron algunos años. No por falta de diligencia, ni de interés de mi parte, sino por lo engorrosos que suelen ser los procesos de arbitrajes de los libros en las editoriales públicas y privadas. Para suerte del libro, cayó en las inmejorables manos del escritor Wilfredo Machado, para entonces Gerente Editorial de Monte Ávila Editores Latinoamericana, bajo la presidencia del eminente venezolano Alexis Márquez Rodríguez, quien echó a andar sin dilaciones el proceso de arbitraje y posterior edición del libro. Fue en diciembre de 1999 cuando Una línea indecisa vio luz (en coedición con el CDCHT de la ULA) en un hermoso acto celebrado en las terrazas del Teatro Teresa Carreño, siendo su presentador el profesor Márquez Rodríguez. No puedo ocultar la emoción de aquella noche, sobre todo al recordar las palabras finales de su texto: "Un solo defecto puedo señalar de esta novela de Gil Otaiza, y es la brevedad de sus páginas que nos impiden el continuar disfrutando de ellas".
Como para un andino promesa es promesa, y es nuestro deber cumplirlas a toda costa, al día siguiente del bautizo del libro tomé un taxi y llegué hasta el Panteón Nacional. Era la segunda vez que entraba en ese hermoso recinto, y me sentí embargado por el momento. Poco a poco lo fui recorriendo como quien no puede dar fe de un sueño hecho realidad, y hallé entonces el pequeño espacio en el que se encuentran las cenizas del poeta, con una placa con el año de nacimiento y de su muerte. Me ubiqué sobre la pequeña baldosa y dije con voz fuerte: "Pérez Bonalde, promesa cumplida. Aquí está tu libro".
rigilo99@hotmail.com
De ese juramento pasaron muchos años, cuando tomé la firme decisión de no demorar más lo que tenía que escribir sobre el poeta. No sabía cómo abordaría su compleja figura, ni bajo qué género literario lo haría, pero de mi ser bullía una necesidad -si se quiere espiritual- de cerrar aquel episodio escolar que marcaría mi derrotero literario. Una tarde lluviosa me fui con una libreta y un lapicero hasta la Biblioteca Nacional, y durante algún tiempo estuve indagando sobre la vida y la obra de Pérez Bonalde. A medida que hallaba material bibliográfico, más crecían esas ansias de expresar mi admiración por ese ser, si se quiere fracasado, negado a la vida, impregnado de un halo de tristeza y de oscuridad, y en la misma biblioteca me decidí a escribir una novela, que por cierto me ha dado muchas satisfacciones, la cual titulé Una línea indecisa.
Entre la escritura de la novela y su publicación pasaron algunos años. No por falta de diligencia, ni de interés de mi parte, sino por lo engorrosos que suelen ser los procesos de arbitrajes de los libros en las editoriales públicas y privadas. Para suerte del libro, cayó en las inmejorables manos del escritor Wilfredo Machado, para entonces Gerente Editorial de Monte Ávila Editores Latinoamericana, bajo la presidencia del eminente venezolano Alexis Márquez Rodríguez, quien echó a andar sin dilaciones el proceso de arbitraje y posterior edición del libro. Fue en diciembre de 1999 cuando Una línea indecisa vio luz (en coedición con el CDCHT de la ULA) en un hermoso acto celebrado en las terrazas del Teatro Teresa Carreño, siendo su presentador el profesor Márquez Rodríguez. No puedo ocultar la emoción de aquella noche, sobre todo al recordar las palabras finales de su texto: "Un solo defecto puedo señalar de esta novela de Gil Otaiza, y es la brevedad de sus páginas que nos impiden el continuar disfrutando de ellas".
Como para un andino promesa es promesa, y es nuestro deber cumplirlas a toda costa, al día siguiente del bautizo del libro tomé un taxi y llegué hasta el Panteón Nacional. Era la segunda vez que entraba en ese hermoso recinto, y me sentí embargado por el momento. Poco a poco lo fui recorriendo como quien no puede dar fe de un sueño hecho realidad, y hallé entonces el pequeño espacio en el que se encuentran las cenizas del poeta, con una placa con el año de nacimiento y de su muerte. Me ubiqué sobre la pequeña baldosa y dije con voz fuerte: "Pérez Bonalde, promesa cumplida. Aquí está tu libro".
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