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jueves, 28 de enero de 2010

Breve antología de una antología

del Chino Valera Mora

“Nueva antología”, Víctor Valera MoraPor una u otra razón nunca tuve libros del Chino Valera Mora. Ya se sabe lo difícil que es conseguir cierta literatura en el interior de Venezuela; en la época en que viví en Caracas sus libros se me escapaban, generalmente por desinterés de mi parte, pues leía poca poesía entonces. Así que me he tenido que conformar con leer poemas sueltos del Chino aquí y allá.

Hace unas semanas tuve que ir a Valencia por asuntos de trabajo y me perdí. Para quien no conoce esa ciudad, Valencia es, vialmente hablando, un misterio. Quizás fue mala suerte de mi parte, pues cada transeúnte al que consultaba me daba indicaciones que contradecían las del anterior.

Lo cierto es que así me vi, sin planearlo, ante la entrada de un gran centro comercial. Después de almorzar me puse a recorrerlo y hallé una librería Kuai Mare, donde entre otras cosas se consigue buena literatura venezolana. Y ahí estaba esperándome el Chino en la Nueva antología preparada por Gabriel Jiménez Emán e incluida en la Biblioteca Básica de Autores Venezolanos de Monte Ávila.

El Chino Víctor Valera Mora escribió una de las poesías más coloridas de la literatura venezolana, aunque básicamente se paseó a través de sólo dos objetos poéticos: el amor y la política. Sin mayores dificultades, salta de una poesía en la que retrata todo lo humano —el amor, claro, pero también el dolor y los hechos cotidianos— a esa poesía militante que igualmente han escrito Cardenal, Dalton, Neruda. Igual en ambos extremos se lucía. Como “poeta político”, por llamarlo de alguna manera, la música de sus letras opaca lo que de panfletario pudiera tener su pensamiento:

Si me tapan los oídos con que oigo
a mis hermanos pálidos y hambrientos,
hablaré seriamente con el aire
para que se abra paso hasta los sesos.

Y si una bala loca se enamora
de mis sienes violentas,
yo seguiré pensando con los huesos.

“Canción del soldado justo” (fragmento), en el libro homónimo de 1961.

Esa misma pasión desenfrenada se mantiene en los poemas en los que habla de la mujer. Su poema emblemático, lo saben sus lectores, es ese “Oficio puro”, del libro Amanecí de bala (1971) cuyos dos primeros versos (“Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor / En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor”) pululan en los murmullos de las tertulias venezolanas cuando a alguien se le ocurre la feliz idea de mencionar al Chino. El amor es, en su poesía, una fuerza telúrica:

Cuando amo despejo las terrazas
La noche es el sol contenido en los huesos
de las bestias muertas
Mis espaldas hendidas por la mecánica celeste
En tu cuerpo me tenso como un arco
y derribo las puertas y estallo en las alturas
y la rama dorada se me ofrece
Voy hasta el fondo
El asunto es de pura animalidad
Somos tú y yo y la poética

“Teoría y solfeo”, en Amanecí de bala.

Es, también, un misterio:

Yo he bebido aguas de oro de la mujer amada.
Yo he bebido sangre sudor y lágrimas
de la amistad de la mujer amada
Vapuleado por los celos y las incomprensiones
he bajado a los dos infiernos y he visto
una gran sombra y una puerta secreta.

“Laberinto”, en Del ridículo arte de componer poesía (1994).

Y en algún caso, como es de esperarse, mezcla sus dos amados objetos:

Ya la boca me duele Emilba Rave
me duele de tanto decirte que jamás
he pensado pasarte a la Revolución
y menos por mi culpa vayas a hundirte en el infierno
Que es palabra de hombre hablarte de este modo
Que deseo arrasarme en el sol de tu vientre
Averiguarte con los hierros de trabajar la carbonería

“Tender”, en Amanecí de bala.

Valera Mora murió antes de tiempo, como suelen morir los poetas, o quizás un poco antes. No había cumplido los cincuenta cuando, en 1984, lo alcanzó la muerte.

De los poetas como él se suele decir que se oyen mejor cuando cantan al amor que cuando cantan sus fiebres políticas. Se dijo de Pablo Neruda, se dijo de Alí Primera, se dirá —hasta el hartazgo— de Silvio Rodríguez. Leyendo su poesía uno adivina que no le concedía mayor importancia a quienes, colegas incluidos, criticaron su militancia y su paso por la guerrilla. Y aunque nadie se lo pidió, él mismo se explica:

Los escritores que le viven
buscando cuatro patas
al triángulo y luego dicen
que no les importa la política
deberían cortarse los cojones
y echárselos a los cochinos.

“Juego limpio”, en 70 poemas stalinistas (1979)

Mi opinión sobre Víctor Valera Mora es simple. El Chino es uno de los pocos poetas a quienes uno podría llamar, sin dudarlo, poeta mayor.

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