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martes, 23 de marzo de 2010

Este es el blog de Letrartes...puedes accesarlo desde el listado blog del libro en este site...gracias Aurymar Granadillo

Nuestro Estado Cojedes



LETRARTES... UNA VENTANA HACIA LAS LETRAS Y EL ARTE
http://www.letrartescojedes.blogspot.com/


domingo 28 de febrero de 2010

El instante de la escritura

“Si el deseo de escribir es la constelación de unas cuantas figuras obstinadas, al escritor sólo le resta una actividad de variación y de combinación: nunca hay creadores, sólo combinadores, y la literatura es semejante a la nave de Argos: la nave de Argos no comportaba—en su larga historia—ninguna creación, sino sólo combinaciones; a pesar de estar obligada a una función inmóvil, cada pieza se renovaba infinitamente, sin que el conjunto dejara de ser la nave Argos”.
Roland Barthes, El grado cero de la escritura
Carlos YUSTI
Alonso Quijano es un lector compulsivo. A todo buen y gran lector (como es lógico) le asalta la tentación de escribir, pero no todos los grandes lectores cruzan la línea y se enfrentan a la hoja en blanco. Don Quijote expone, o más bien Cervantes, expone las razones por la cuales no escribe: “...y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran”.
Tanto escritores grandes o pequeños se han visto zarandeados por la burla y el ninguneo de sus contemporáneos. El escritor Antón Chéjov le escribe (Moscú, 28 de marzo de 1886) a Dmitri V. Grigoróvich: “Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado ‘círculo literario’. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria”.
No es por casualidad ni por prurito que el buen lector aplaza el momento de la escritura, ese momento de un encuentro de amor-odio con las palabras. No hay fórmulas para escribir, quizá existan algunos trucos, la consabida carpintería del oficio, pero a fin de cuentas todo escritor está un poco solo tratando de sacarle un brillo especial a esa hojalata de todos los días del lenguaje.
Los grandes escritores también han sido grandes correctores de sus libros. James Joyce realizó más de veinte mil correcciones nuevas a las galeradas finales del Ulises. Stendhal sometió a implacables y profusas correcciones a La cartuja de Parma. El más desquiciado corrector de sus libros fue sin duda Balzac y en una ocasión escribió: “Algunas veces una sola frase ocupaba toda la velada: la retorcía, la amasaba y la forma necesaria, absoluta, no se presentaba sino después de agotarse todas las formas aproximadas”. El torturado por excelencia con eso de la escritura fue Flaubert.
Pero la tentación de escribir no sólo asalta a despaginados lectores, sino que figuras de rock. Modelos, músicos, deportistas y demás grey de la farándula mediática cuenta en algunas entrevistas sus deseos de haber sido escritores. Groucho Marx aspiraba ser recordado más por los pocos libros escritos que por sus películas. Los ejemplos en este sentido abundan.
Aplazar el instante de la escritura está sujeto a muchos prejuicios. Si se te ocurre decir que escribes, familiares, amigos y conocidos buscan los argumentos más feroces para que desistas de ese “capricho” por convertirte en autor. Emil Cioran, el huraño filósofo rumano, por su parte crítica a uno de sus amigos que, apartado en un pueblo de provincia, le escribe su intención de escribir un libro, y Cioran escribe en una especie de carta: “Siempre había creído, querido amigo, que, enamorado de su provincia, ejercitaba allí el desapego, el desprecio y el silencio. ¡Cuál no sería mi sorpresa al oírles decir que preparaba un libro! Instantáneamente, vi dibujarse en usted un futuro monstruoso: el autor en que se va a convertir. ‘Otro que se pierde’, pensé”. Renglón seguido Cioran pasa a despotricar del mundo literario, especie de infierno lleno de artificio y veneno, en el cual el único tema de conversación son los libros. A los literatos los califica de indiscretos desvergonzados.
A pesar de los consejos y las recomendaciones uno se empeña en confrontar/enfrentarse a la hoja (o la pantalla de la computadora) en sana blancura.
Después que uno se ha embarcado en esa nave de Argos que es la escritura hay que corregir mucho, romper y atestar la papelera con hojas desechadas para no naufragar durante la travesía plena de peligros e incógnitas. Aunque eso del peligro es ya literatura por aquello escrito por George Steiner: “El intelectual, el mandarín universitario, la rata de biblioteca, no suele formarse en la valentía”.

domingo 14 de febrero de 2010

Cuentos de Los Malabares. (Samuel Omar Sánchez-Cojedes)

EL AHORCADO DEL CANAL
Esto le sucedió a un personaje de la barriada Los Malabares. Su nombre era José Domingo Míreles, (cotejo o mingo), el hijo de la señora Aleja de Mireles y Don Jorge Mireles, ambos fallecidos. Quien no conoció al Mingo, tan pintoresco como él no hay, muy servicial con la gente y amigo de los amigos, así era. Como corría… en la barriada nadie le ganaba corriendo los 100 metros planos, él era rematador del equipo de atletismo de la Escuela “Iginio Morales”, y muchas victorias lograron bajo la tutela del entrenador Reyes Franco, El Mingo, era un deportista, le gustaba el atletismo, el fútbol, el béisbol y hasta el ciclismo, después con el paso del tiempo dejó de practicar cualquier deporte. Siempre andaba con sus hermanos: El negro, El baby y El chingo, se iban a tomar a cualquier botiquín y si tenia patio de bolas mejor, porque eran buenos jugadores. Mingo era buen bochador y arrimador, cómo peleaba el carajo… se fajaba a puño limpio con cualquiera y si estaban jodiendo a algún amigo o conocido de la barriada Los Malabares, lo defendía, por eso era amigo de los amigos. En una de esas correrías de Mingo, salió con sus hermanos a tomar unas cervezas y divertirse, anduvieron por el 23 de Enero, Las Tejitas, Las Lajitas y remataron en el Aeropuerto. Estaban en el bar “Tu y Yo”. A eso de la 1 de la mañana, dice El chingo: “hermanos vámonos”, le responde El mingo, con su gageo característico, “mi- re-mi-ji-tos si qui-eren, se van us-te-des, pero yo me quedo aquí un rato más”, y se daba palmadas en los bolsillos, diciendo aquí tengo plata para seguir tomando, los tres hermanos trataron de convencerlo y nada. Se despidieron de él, “Mingo, ten cuidado al llegar los mangos del canal, tu sabes que allí asustan”, responde Mingo, “no mijo, a mí no me asustan esos cuentos”. Se vinieron los hermanos y Mingo se quedó tomando con otras personas que estaban allí. Aproximadamente a la 1 y media de la madrugada, cuando decide venirse para la casa en Los Malabares, venía más prendido que arbolito de navidad. Al llegar a la casa de los Quiñones, Mingo se recordó de lo que le habían dicho sus hermanos, sintió un poco de miedo y más al cruzar, ver los palos de mango que estaban en frente del canal, nada más al pensar que tenía que pasar por el pequeño puente, se le erizaba la piel. En ese instante se oye el ave nocturna que le dicen el “chupa hueso”, que es de mal agüero, dice la creencia anuncia muerte. Ahí Mingo si se asustó, en ese momento la luna se esconde detrás de unas nubes y la noche se puso sombría, metía miedo. Aparece una fuerte brisa que mueve las ramas de las matas de mango, era tan fría que Mingo sintió que se le helaba todo el cuerpo, los pelos del cuerpo se le erizaron, parecía un gallo grifo espelucado y empezó a titiritar de frío. En ese momento ve una sombra en una de las ramas que se movía entre los palos, alcanza a ver que era como un enano y el rabo era una cola, era de color negro, era peludo pero en su cabeza resaltaban dos orejas largas puntiaguda, era como un vampiro, y Mingo se asusta al ver ese espanto.
Siente el latido de un perro, voltea para todos lados a ver de donde salió y cuando mira ahí si se chorrea del miedo, vio aparecer un hombre colgado de un mecate, que se movía entre las ramas, le alcanza a ver la lengua que le salía como una corbata y le llegaba hasta el suelo. Mingo está como se dice cagado de miedo, tanto fue que hasta se orinó en los pantalones, tartamudeaba diciendo Dio-si-to, sál-vame de-este espan-to, que-estoy muerto de mie-do. Da un mal paso y cae al canal y para buena suerte de Mingo, no cae para el lado de la chorrera, si no para el otro lado.
Ahí si la rasca se le quita al pobre Mingo, como pudo salio del canal y aún estaba el ahorcado en el mismo sitio, trató de correr y las piernas no le respondieron, estaba como clavado en el suelo, el aire se impregno de azufre.

El miedo lo agarró por completo, ya la rasca no la tenía, intentó rezar pero no pudo, ni siquiera un
carro pasaba por ahí, la noche de verdad metía miedo,
el enano empezó a reírse, justamente son las 2 de la mañana y se oye el primer canto del gallo: Tres veces cantó. Ahí vuelve a aparecer una fuerte brisa y cuando ve el Mingo, los espantos habían desaparecido, hasta del olor del azufre no quedaba nada.
Como pudo se levantó del suelo, se persignó y les dio las gracias a Dios y al gallo, porque lo habían salvado de ese espanto, sino quien sabe lo que le hubiera pasado. Entonces le volvió el color a la cara, porque estaba pálido por el miedo y hasta los pelos de la cabeza ya no los tenía, agarró fuerza y pegó una carrera hasta que llegó a su casa. Aún estaba asustado y no podía abrir la puerta de la vivienda, en ese momento se levanta Doña Aleja, le abre la puerta y le pregunta ¿Qué te pasó?, el responde, “Mamá, me acaba de salir el ahorcado del canal”. Así se corrió por toda la barriada Los Malabares, de cómo asustó a Mingo el ahorcado del canal, ese mismo espanto que a más de uno le ha salido.
(Tomado del libro: Cuentos de los Malabares, publicado por la Imprenta Regional Cojedes en 2009)

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