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Aquel siempre Neruda del Amor
El día 15 de junio de 1924 la editorial Nascimiento publicó una de las obras poéticas de amor más importantes en lengua castellana, 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada', de Pablo Neruda. Para el poeta chileno "un libro doloroso y pastoril que contiene mis atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria". Quien conoce este libro sabe que en él surge el amor de un poeta que se desangra. Es algo que antes no se había escrito porque es una metáfora amorosa única. Estamos hablando de una flecha izada desde un cuerpo desbocado. Un cuerpo de mujer, de sus colinas, de su entrega total, de una invasión vegetal emergida de la propia naturaleza de amor apasionado.
Y sorprende que, pasados los años, quede vigente y perceptible aquella poética desmesurad: se trata de un libro pura llama, donde el amor se forja con una voz inigualable, padecidamente distinta, desde el puro hueso del vértice de la suntuosidad terrestre, comparada tan sólo a un cantar de cantares del volcán amoroso de los grandes poetas hispanos. Llama y destrucción, raíces y alma, vida y tristeza; campanas, caracolas, incendios no apagados, humedad y besos, a la puerta "del viento del verano" donde, desde aquellas "manos suaves como las uvas", el poeta va trepando como la yedra por las paredes de una ola de angustia. Era, aún es, la ocupación total de unas manos blancas de su amada que subían a través de una vivacidad estival, corrigiendo el camino del agua física hacia la enredadera del amor cosmogónico.
Neruda siente viajar los ojos del amor como una hoguera que no calma su sed, sino que le abrasa ("Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos"). Es la hora de una soledad de pájaros nocturnos, de yeguas sombrías, en una tierra hostil donde vive tan sólo una rosa. Casi insólito, desde la perspicacia del poeta. Silencio terrestre sobre silencio poético. Es por eso que este campo de su poesía retorna a una "música callada", que diría el poeta san Juan de la Cruz. Porque en 'Veinte poemas de amor...' se siente el abandono de espuma sostenido en el cuerpo de una mujer que se sujeta a sus brazos y une, con sus suaves manos amadas, esas músicas. Y es casi un destino amarla en lo finito aunque sea fardo infinito ("¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe / cuando me siento triste, y te siento lejana?").
"Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos". También el silencio angostado coge su vereda de remolino de furia, quejumbre, tempestad, ansiedad ilimitada, el poeta profundiza en el interior de su alma, y busca el hondo lirio que enterró las campanadas de su angustia, de su tormento inefable que el poeta propone en el pecho de su amada, en las alas del viento de los mástiles.
Se habrán escrito muchos libros de poemas de amor, serán hermosos, pero la circunstancia nostálgica de duda, la llama encendida de Neruda en un tiempo de uvas y ternura se encierran en su corazón "como una flor nocturna". Su repasada "triste ternura" ya anunciada, se alza, de pronto, desde el recuerdo de ella como luz del universo, viento huracanado, temporal de la huella de sus ojos. La tierra del poeta se mezcla en el distingo de aquel amor tan grande. Montañas, copihues, avellanas, cestas de frutos silvestres ("Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos").
Otras veces, una bruma intocable llena en Neruda el alma de su silencio en la propia melancolía ("Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.").Y el silencio sencillo vuelve al interior del poeta quien, súbitamente, se alegra. Extraña manera de amar y de retornar a ella, ya presa en la red de su música, ancha como el cielo infinito.
Desde una transtextualidad que ahora nos pareciera tan fresca y reconstructiva como en aquel tiempo en que naciera la luz de estos poemas, Pablo Neruda, desde la profunda soledad -grito y furia-, desde una pasión profunda, ama en su pregunta: "¿Quién eres tú, quién eres?". Y viene a decirla en la naturaleza de su tierra favorecida por el viento, por la gaviota argenta, por el mar que suena por ella, tan distante y tan cercana en su pensamiento convocado ("Pero la noche llega y comienza a cantarme"), mirándole sus ojos, diciéndole su nombre. Es Neruda así proyector y proyectista de su "niña morena y ágil", de "un sol ansioso"; boca que le devuelve el agua, fuente amante salvadora, amante de su amante "morena dulce y definitiva".
Escribió los versos más tristes una noche de ausencia y de ventisca ("Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos"). La sentía perdida, nostalgia sobre dolor; coro de espuma, de canción desbordada, por haberla perdido, es el poeta círculo, epicentro, de nada inventado sino vivo. La quiso entre sus brazos, la quiere, tal vez la quiso. En una tristeza sin límites, de una extensión casi abierta de herida, al decir de otro enorme poeta del amor, Miguel Hernández, desesperado, emergiendo entre las frías caracolas de un naufragio, hundido en la humedad de ella, sobre los cuerpos trenzados de aquel amor evocado, Pablo Neruda afirma definitivamente su silencio: "Mi alma no se contenta con haberla perdido. / Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, / y éstos sean los últimos versos que yo le escribo".
Y sorprende que, pasados los años, quede vigente y perceptible aquella poética desmesurad: se trata de un libro pura llama, donde el amor se forja con una voz inigualable, padecidamente distinta, desde el puro hueso del vértice de la suntuosidad terrestre, comparada tan sólo a un cantar de cantares del volcán amoroso de los grandes poetas hispanos. Llama y destrucción, raíces y alma, vida y tristeza; campanas, caracolas, incendios no apagados, humedad y besos, a la puerta "del viento del verano" donde, desde aquellas "manos suaves como las uvas", el poeta va trepando como la yedra por las paredes de una ola de angustia. Era, aún es, la ocupación total de unas manos blancas de su amada que subían a través de una vivacidad estival, corrigiendo el camino del agua física hacia la enredadera del amor cosmogónico.
Neruda siente viajar los ojos del amor como una hoguera que no calma su sed, sino que le abrasa ("Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos"). Es la hora de una soledad de pájaros nocturnos, de yeguas sombrías, en una tierra hostil donde vive tan sólo una rosa. Casi insólito, desde la perspicacia del poeta. Silencio terrestre sobre silencio poético. Es por eso que este campo de su poesía retorna a una "música callada", que diría el poeta san Juan de la Cruz. Porque en 'Veinte poemas de amor...' se siente el abandono de espuma sostenido en el cuerpo de una mujer que se sujeta a sus brazos y une, con sus suaves manos amadas, esas músicas. Y es casi un destino amarla en lo finito aunque sea fardo infinito ("¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe / cuando me siento triste, y te siento lejana?").
"Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos". También el silencio angostado coge su vereda de remolino de furia, quejumbre, tempestad, ansiedad ilimitada, el poeta profundiza en el interior de su alma, y busca el hondo lirio que enterró las campanadas de su angustia, de su tormento inefable que el poeta propone en el pecho de su amada, en las alas del viento de los mástiles.
Se habrán escrito muchos libros de poemas de amor, serán hermosos, pero la circunstancia nostálgica de duda, la llama encendida de Neruda en un tiempo de uvas y ternura se encierran en su corazón "como una flor nocturna". Su repasada "triste ternura" ya anunciada, se alza, de pronto, desde el recuerdo de ella como luz del universo, viento huracanado, temporal de la huella de sus ojos. La tierra del poeta se mezcla en el distingo de aquel amor tan grande. Montañas, copihues, avellanas, cestas de frutos silvestres ("Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos").
Otras veces, una bruma intocable llena en Neruda el alma de su silencio en la propia melancolía ("Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.").Y el silencio sencillo vuelve al interior del poeta quien, súbitamente, se alegra. Extraña manera de amar y de retornar a ella, ya presa en la red de su música, ancha como el cielo infinito.
Desde una transtextualidad que ahora nos pareciera tan fresca y reconstructiva como en aquel tiempo en que naciera la luz de estos poemas, Pablo Neruda, desde la profunda soledad -grito y furia-, desde una pasión profunda, ama en su pregunta: "¿Quién eres tú, quién eres?". Y viene a decirla en la naturaleza de su tierra favorecida por el viento, por la gaviota argenta, por el mar que suena por ella, tan distante y tan cercana en su pensamiento convocado ("Pero la noche llega y comienza a cantarme"), mirándole sus ojos, diciéndole su nombre. Es Neruda así proyector y proyectista de su "niña morena y ágil", de "un sol ansioso"; boca que le devuelve el agua, fuente amante salvadora, amante de su amante "morena dulce y definitiva".
Escribió los versos más tristes una noche de ausencia y de ventisca ("Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos"). La sentía perdida, nostalgia sobre dolor; coro de espuma, de canción desbordada, por haberla perdido, es el poeta círculo, epicentro, de nada inventado sino vivo. La quiso entre sus brazos, la quiere, tal vez la quiso. En una tristeza sin límites, de una extensión casi abierta de herida, al decir de otro enorme poeta del amor, Miguel Hernández, desesperado, emergiendo entre las frías caracolas de un naufragio, hundido en la humedad de ella, sobre los cuerpos trenzados de aquel amor evocado, Pablo Neruda afirma definitivamente su silencio: "Mi alma no se contenta con haberla perdido. / Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, / y éstos sean los últimos versos que yo le escribo".
tomado de
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2010/06/13/siempreneruda-amor/252851.html
