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sábado, 21 de mayo de 2011

Pedro Berroeta: novelista de transición

Eduardo Casanova Sucre

Sábado, 21 de mayo de 2011





En un excelente trabajo dedicado a la literatura fantástica producida en Venezuela (Cuatro momentos de la literatura fantástica en Venezuela, Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 1986), dice Víctor Bravo, uno de los más notables investigadores literarios de la actualidad venezolana, lo siguiente: En la literatura venezolana la crítica ha señalado, por un lado, los antecedentes de la narrativa fantástica: en los cuentos fantásticos que publicó Alejandro García, en Oro de alquimia, 1900 y sobre todo, en “Las divinas personas”, que publicó Pedro Emilio Coll en La escondida senda, 1925; por otro lado, la crítica ha señalado, fundamentalmente, a “seis narradores mayores”, en la producción de la narrativa fantástica venezolana: Julio Garmendia, Enrique Bernardo Núñez, Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Pedro Berroeta y Alfredo Armas Alfonzo. A este grupo podríamos agregar los nombres de Guillermo Meneses (por la exploración de la causalidad fantástica de “La nube amarilla”, en la segunda arte de El falso cuaderno de Narciso Espejo, (1952), y a Salvador Garmendia (por la producción de sus dos últimos libros donde la posibilidad narrativa de lo fantástico es explorada: Memorias de Altagracia, 1964, y El único lugar posible, 1981). (…) Entre Julio Garmendia y Pedro Berroeta se van a producir los grandes momentos de la literatura fantástica venezolana, cuando la reflexión sobre lo fantástico se convierte en un elemento fundamental de las propuestas estéticas de Guillermo Meneses y Salvador Garmendia…
Julio Garmendia, cuentista, y Pedro Berroeta, novelista, lo que convierte a Pedro Berroeta en la expresión más importante de la literatura fantástica en la novelística venezolana del siglo XX.
Y cuando se refiere específicamente a Berroeta, afirma Bravo: Pedro Berroeta ha producido el corpus de narrativa fantástica más extenso de la literatura venezolana. Su fidelidad a una narrativa que alcanza su figura en el amplio espectro de lo fantástico lo vincula estrechamente a Julio Garmendia, el fundador, como hemos tratado de ver, de lo que podríamos llamar una estética de lo fantástico en la literatura de nuestro país.
Y más adelante, luego de referirse a la “breve y densa obra” de Julio Garmendia, señala: El segundo gran momento de la literatura fantástica en Venezuela se va a producir, pensamos, en la ya extensa obra de Pedro Berroeta. Es necesario agregar, sin embargo, una diferencia fundamental: mientras que los textos de Garmendia, al acercarse a la alegoría, se salvan del estatismo de esta figura a través de la parodia y el humor (cristalizando así en un universo fantástico que sólo acepta la reducción a la parodia), muchos de los textos de Berroeta sucumben a ese estatismo y a esa pobreza del sentido que es la moraleja.

Finalmente, Bravo concluye con las siguientes palabras: … la obra de Pedro Berroeta se presenta, en el contexto de la cultura venezolana, como uno de los grandes hallazgos de las posibilidades de lo fantástico en el hecho narrativo.
Esta última afirmación, puesta en tinta sobre papel por uno de los más destacados críticos académicos de la literatura venezolana, debería ser suficiente para darle a Berroeta la importancia que merece, pero en la realidad no ha sido así, y su obra es una de las que con mayor fuerza requiere un estudio y una verdadera revaluación, para ubicarla en el lugar que se merece.
Porque si en propiedad no puede decirse que Berroeta fracasó como escritor, si puede afirmarse que, tal como Uslar Pietri, fue considerado un hombre de televisión, un gran entrevistador, antes que un escritor notable.
Nacido en Zaraza, en los llanos orientales de Guárico, en 1914, muy joven se trasladó a París, a estudiar en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Luego de un breve período en su país, ingresó al Servicio Exterior venezolano y represó a Europa. En 1945 había publicado su primer libro, Marianik (1945), que fue seguido por Instantes de fuga (1948), y las novelas La leyenda del Conde de Luna (1956) y El espía que vino del cielo (1968). También fue autor de las obras teatrales La farsa del hombre que amó a dos mujeres, Jonás y Los muertos no pueden quedarse en casa, y los poemarios Mientras las brasas duermen y La sagrada blasfemia. En 1993 ganó el Premio Municipal de Literatura de Caracas con La huella del pez, en el agua. Entre 1976 y 1979 fue Presidente de la empresa estatal Venezolana de Televisión, en la que trabajó como entrevistador durante varios años. Murió en 1997, a los 83 años de edad.
De su obra literaria dijo Domingo Miliani: Pedro Berroeta (1914) publicó su primer libro, Marianik (1945) ilustrado por numerosos escritores de generaciones precedentes. Obtuvo segundo premio de El Nacional con Instantes de una fuga (1948). Maduró largo tiempo sus facultades para hilvanar mundos fantásticos de escritura efectiva y las volcó en una novela artística de tema histórico: La leyenda del conde Luna (1956), con la cual obtuvo premio auspiciado por la Cámara Venezolana del Libro. La perfección de sus dotes se proyecta en los últimos años sobre otra novela: El espía que vino del cielo (1968). Toda su obra se mueve en resonancias sinfónicas alrededor de un mundo plenamente ficticio. No lo amedrenta volver a los espacios cosmopolitas en sus cuentos o a las remotas costumbres de una historia desleída. Para él, narrar es arte y artificio y en esa esfera produce su ficción, sin engaños. Por eso los seres enigmáticos que guardan bien escondido un final de historia abundan en sus narraciones. Por eso también el resorte humorístico va puesto en lugar propicio dentro de las situaciones, para provocar la sonrisa del entendido que acepta el juego de la ficción como tal, sin pedirla más nada a cambio, como no sea dejarse atrapar en la sutileza de unos diálogos y unas acciones continuas que no importa a dónde nos llevan.
A pesar de que está entre los que debieron sufrir las consecuencias de la falta de libertad de creación y de la muerte de la crítica literaria en Venezuela, en cierta forma, Berroeta fue una transición entre los novelistas que no alcanzaron el reconocimiento debido y los primeros que pudieron experimentar algo parecido al éxito literario, cuando las cosas se acercaron, en Venezuela, por un breve lapso, a lo que es normal en otros países de la antigua América española.

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