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miércoles, 1 de junio de 2011

Para vivir mil vidas



Hace apenas unos meses no sospechábamos que nos faltaba descubrir la faceta de cuentista de Joaquín Marta Sosa, cultivada por casi tres décadas pero aún secreta
Por: Carlos Pacheco



Como los de Dios, los caminos de la creación son insondables. Hace siglos que se han dado por establecidas las nociones básicas de los géneros literarios, pero las dinámicas de la escritura siguen siendo misteriosas, sorprendentes.

Aunque severamente cuestionados por las miradas posmodernas (crítica saludable sin duda contra su vana aspiración a lo normativo e inmutable), esos cauces tan transitados de la escritura artística, no han dejado de marcar pautas, no sólo para los practicantes del oficio de escribir, sino también para lectores y editores, críticos, docentes e investigadores.

Y es que, con todo y sus infinitas variables y mixturas, ellos responden al parecer a impulsos expresivos fundamentales que han probado ser perdurables.

¿Qué motivaciones subyacen entonces a la elección (y eventual cambio) de uno u otro de estos senderos o autopistas de la escritura creativa? ¿Desde dónde opta un escritor por una u otra de estas vías? El más reciente libro de Joaquín Marta Sosa es el detonador de estas reflexiones.

Conocido de todos nosotros en las múltiples facetas de su andadura literaria, académica y de gestión cultural, destaca ante todo el Marta Sosa poeta, el reconocido autor de quince poemarios, el que acaba de publicar este mismo año Gangia y Campanas de Nogueira.

Está también naturalmente el estudioso de la poesía, ensayista y antólogo, autor de esa selección fundamental que es Navegación de tres siglos y coordinador del Canon de la poesía venezolana, hoy en proceso de edición.

Conocido es también el que se ha batido en la docencia, la investigación social y la gerencia universitaria, el comunicador y el editor, el esforzado gestor de valiosos proyectos culturales y desde hace unos meses Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.

Pues bien, hace apenas unos meses no sospechábamos que nos faltaba descubrir su faceta de cuentista, cultivada por casi tres décadas pero aún secreta. La edición que hoy sale a la luz gracias al empeño editorial de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana nos lo revela.

La manera como fueron escritos estos 43 relatos desde 1981 es curiosa. La necesidad de narrar, acompañó a Joaquín de manera secreta pero constante, en sus múltiples tareas y viajes, para aflorar a veces como un impulso tan inesperado como irresistible (como aquellos conejitos que expulsaba por la boca el famoso personaje de Cortázar) y transformarse en cuento, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

No menos interesante es que recientemente el autor haya sentido que el ciclo estaba cumplido y que debía revisar, reescribir y actualizar todo el conjunto como si fuera (y lo es también sin duda) criatura del presente.

Otro aspecto singular de este libro es su estructura. Dos relatos enmarcan las cuatro secciones del conjunto como originales corchetes narrativos, no sólo porque abren y cierran el libro, sino porque se contraponen.

Experimento de ciencia ficción el primero, mira hacia una futura exploración de algún rincón de la galaxia donde, a pesar de una muy avanzada tecnología, la vida del astronauta está en vilo.

Experimento de relato infantil el segundo, trenzado con varios intertextos del género, su narrador se dirige al pasado para revivir las fantásticas aventuras que alumbraron, junto a la cómplice abuela, las noches del niño que fue muchas décadas atrás.

En las cuatro secciones centrales encontramos piezas tan diversas que merecen el apelativo “de varia invención”, adoptado por Juan José Arreola para denominar su obra tan reacia a las categorías establecidas.

Ya que es imposible en breve espacio analizar tal diversidad narrativa, propondré telegráficamente diez de las notas que fui recogiendo a través de mi lectura.

  • Los criterios usados para organizar cada una de las secciones van siendo revelados al compás de la lectura. Esta exigencia es parte del juego participativo al que continuamente se invita al lector.
  • Los relatos se inician in medias res y a menudo son reacios a ofrecer las claves de su situación y ubicación espaciotemporal. Esto convierte al lector en rastreador de pistas culturales y literarias, en un deleitoso juego de complicidades con el autor.
  • Las historias de la sección titulada “La sombra del museo” resultan del proceso de contemplación de obras plásticas, la narratización de lo representado en ellas o su conversión en experiencias interiores. Poseen el mayor voltaje lírico del volumen. Raigambre rubendariana, propone el prologuista. Algunas como “Amor a pesar de los ciruelos” me hicieron recordar a Ramos Sucre.
  • Hay cuentos exquisitos, cosmopolitas, emplazados en antiguas urbes europeas (como “No te fíes del reloj”) y los hay también “derrapados”, marcados hasta el tuétano por el habla y el swing de las barriadas caraqueñas (como “El flai más elevado”).
  • En algunos se siente la ficción como sofisticado instrumento de exploración sociológica o psicológica de las formas tan diversas y hasta absurdas que tenemos humanos (especialmente las parejas) de relacionarnos y desencontrarnos, de percibir el mundo que nos rodea.
  • Todo el libro es enriquecido por la profundidad que posee la mirada de sus diversos narradores, que a menudo exhibe y proclama la agudeza, precisión, sensualidad y penetración propias del poeta, manifiestas en la prolijidad y belleza plástica de sus descripciones y su trabajado lenguaje.
  • En algunos cuentos irrumpe lo fantástico de manera tan rotunda, inesperada y vertiginosa que le mueve el piso (a veces literalmente, como en “Los pasos, arriba”) no sólo a los personajes sino al lector. Con frecuencia ambos comprenden después que se trata de una de esas malas pasadas que nos juega a veces la imaginación, como en “Lunes de mercado”.
  • Cuando llegué a la página 107, el dinosaurio (es decir el cuento más breve del mundo) se había convertido en un excelente minicuento sobre la inaprensibilidad de lo real.
  • Si entre todos los que conozco debiera elegir un cuento capaz de representar de manera insuperable el deterioro de la vida venezolana en la última década, donde la pérdida de empleo va unida a la de la ilusión, donde el hambre de alimento va unida al anhelo de esperanza, elegiría el titulado “Dos hombres de azul”.
  • En fin, el despliegue de personajes y contextos tan diversos en el ágil formato cuentístico pareciera destinado a satisfacer –tal como lo hacen los actores– ese anhelo imposible de encarnar mil seres, de vivir mil vidas.

No todos los días son felices continúa la secuencia numérica de la colección principal de la Fundación para la Cultura Urbana, interrumpida por razones verdaderamente lamentables e injustificadas.

No carece de valor simbólico que le corresponda el número 101, el que excede el ciento, como señal de la sobrevivencia y continuidad de esa iniciativa que tanto valor ha aportado a la cultura venezolana. ( Texto leído en el acto de presentación del libro el 26 de abril de 2011 en la librería El Buscón.)


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