ANDRES ELOY BLANCO
Tomado:http://www.efemeridesvenezolanas.com/
| Nació en Cumaná el 6 de agosto de 1896. Además de insigne poeta, fue ensayista, dramaturgo, cuentistas y orador. En 1918 se gradúa de Abogado en la Universidad Central. Dos años antes había ganado los Juegos Florales de Guayana, con el poema Canto a la Espiga y al Arado. La consagración nacional la va a recibir cuando su Canto a España obtiene el Primer Premio en el Concurso Hispanoamericano de Poesía, auspiciado en Madrid por la Real Academia Española. Su actividad política en oposición al régimen gomecista, lo llevó varias veces a la cárcel y al destierro. Restablecida la democracia, Andrés Eloy Blanco fue al Congreso Nacional; en 1947 fue elegido Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente; y fue Ministro de Relaciones Exteriores con Rómulo Gallegos. |
Se encontraba en México desterrado cuando pereció en un accidente automovilístico, el 21 de mayo de 1955. Sus restos fueron llevados al Panteón Nacional. El conjunto de sus obras está recogido en libros que fueron publicados con inusitado éxito: Tierras que me oyeron; El Huerto de la Epopeya; Navegación de Altura; La Aeroplana Clueca; Baedeker 2000; Poda; Carta a Juan Bimba; Giraluna; Vargas, Albacea de la Angustia; etc. Destacó en la poesía con especial luz, lejano a las concepciones de sus contemporáneos, los miembros de la generación del 18, casi todos ellos altos poetas intimistas. En cambio, Andrés Eloy Blanco atendió siempre a lo que decía la gente, la calle, de allí la gran popularidad de la cual gozó con sus versos. En el cuento, especialmente en el más valorado de los suyos, La gloria de Mamporal, criticó las famas pueblerinas; como dramaturgo, se asomó en la mejor de sus piezas, Abigail (1942), a las lecciones bíblicas; como periodista fue uno de los más afamados columnistas de la prensa venezolana; como biógrafo, se ocupó del gran presidente de la República, José María Vargas, en Vargas, albacea de la angustia (1946); como ensayista político, se destacó especialmente en su Navegación de altura (1941). Como orador político y literario, cautivó a las multitudes venezolanas de los años treinta y cuarenta. Y lo siguió haciendo hasta su muerte en el exilio. De hecho, su última intervención pública, a horas del deceso, fue un discurso, en el cual llamó a lo mejor del espíritu venezolano a seguir viviendo. Como poeta gozó con sus poemas de una popularidad que seguramente sólo tuvo Abigail Lozano (1821-1866) durante el siglo XIX, Andrés Mata (1870-1931) a principios del presente, Aquiles Nazoa (1920-1976) a partir de los años cincuenta o Víctor Valera Mora (1935-1984) en los últimos tiempos. La fama lograda fue inmensa, pocos de los creadores con el verso han logrado tan alta estimación pública. Esto fue especialmente cierto con los textos que él recogió en su libro Poda. En su obra se halla un registro muy amplio, en la cual entra lo personal, como en El alma inquieta; lo geográfico y lo telúrico le dan carnadura a El río de las siete estrellas; lo tradicionista aparece en El limonero del Señor; es juguetón en El conejo blanco o en El gato verde; suyos son romances sobre tradiciones, como en La loca luz Caraballo; la transida emoción filial le hizo concebir su mejor poema A un año de tu luz o dejar escrito el viril testamento en su Canto a los hijos. Andrés Eloy Blanco siempre se recordará por las famosas palabras que dijo cuando era Congresante a saber: "En el Mundo hay dos cosas que hacen mucha bulla; la primera: un automóvil viejo; y la segunda: un parlamentario recién elegido por primera vez." Algunos poemas de Andreas Eloy Blanco tomado de: EL RÍO DE LAS SIETE ESTRELLAS Violento de armonía, en el tono de la resaca, llega el coro de las siete provincias, siete rostros adolescentes en las siete ventanas de las estrellas de la Autonomía. Cantan. Canta con ellas la niñez de la Patria, que la primera leche de los labios destila, baja de las estrellas el primer rubio que cose en los maizales el botón de la espiga; danza el coro de las provincias, en el aula republicana. Pero danzan sobre la yerba azul de fantasía, sobre el cielo de Miranda horadado de mástiles mientras navega la escuadrilla. La palabra Guayanesa no está en el coro de las siete ninfas, y en ellas invierten el camino del cielo y hacia el Oriente navegan como las siete cabrillas; y allí ven el milagro de la Tierra, de un lado, el oro virgen da una franja amarilla, hacia el Norte, del otro lado, las Pampas de Oriente, rojas de Reconquista, y en la mitad un río azul, y allí se ven copiadas y en su centro se anidan. Y así fue como el río su franja del cielo que preside la danza de las siete provincias. EVOCACIÓN INDÍGENA Subiendo hacia San Félix, donde el río enseña dos dientes, donde el río enseña, bien cerrados, los dos puños de Piar exprimiendo la Hazaña, subiendo hacia San Félix vimos el arco iris que hacía el arco indio sobre su cuerda de aguas, Y entonces recordé, amigos, aquella lección de Historia que leímos en la infancia, la primera lección de Historia, en que nuestra leyenda nos inaugura el alma: Recordad la primera lección: nos dice que Colón nos descubrió en su tercer viaje y habla de las corrientes aquellas que detuvieron a Colón. Simple clase de Historia, clara como una mañana sencilla como el día de la primera novia, sueño de las primeras madrugadas, simple clase de Historia, como un día domingo, con misa de ocho y ropa almidonada, clase de Historia que nos cuenta el día en que venían las carabelas de España, mientras , ajeno a todo lo que del mar viniera, para su novia, por los montes, buscaba flores Sorocaima. Por el estrecho tempestuoso, las tres carabelas avanzan, otra vela se iza en las espumas que abanican las piedras de la costa de Paria, las tres carabelas vienen pero del lado de los indios las veinte bocas las aguardan. Y al enfilar hacia el Océano libre, una sombra se levanta; abiertas las piernas sobre el Delta, aferrado al suelo que sus tesoros guarda, el Orinoco de sus muslos mojados, que tiene oro en los pies y el Sol en las espaldas y la cabeza entre los cielos, en una mano tiene un arco y con veinte flechas dispara, y luchan las tres naves por avanzar y en vano porque en el Delta le rechaza el viejo indio autónomo que nació en la Parima y creció en la Guayana, y tiende el arco indígena, si, tiende el arco iris y lanza veinte flechas si vuelan veinte garzas... LA BARCA FUTURA Río de las Siete Estrellas, camino del Libertador, sangre del Corazón de América, ¡aorta que no sale del corazón! Río delgado de las fuentes río colérico de los saltos, río de las siete estrellas, que en la Fuente no llenas el hueco de las manos y luego eres el sueño de un mar sin continencia! Río brujo, que te pintas de todos los cielos, Río de La Urbana, planicie pampera, Río de San Félix, solución de gloria, Río de Angostura, cauce de la guerra, Río de Barrancas, Río de pensar cómo puede haber tanta agua en la Tierra, Río de nuestra Esperanza, cuando la Esperanza sea! Río de nosotros, nuestro espejo mismo, espejo de esta alma nuestra, por la cual, incansable como tú de horizontes, trasudamos en vueltas y revueltas!,P> No he de poner mis manos sobre tu lomo, no he de pintar tus riberas, que si en la izquierda tienes el corazón de las ciudades, en la derecha levantas el brazo de las selvas; no he de tocar tus aguas, tus millones de gotas, que son el diezmo de las cumbres para el culto de las praderas, no he de caminar por tus ondas, que ya vendrá el Maestro caminando por ellas. Sólo quiero ensanchar los ojos hacia el desfile futuro que por tus aguas navega y hacia el desfile del pasado, hacia la realidad y la promesa, hacia la barca de Antonio Díaz y hacia el hondo sueño en que sueñas con la proa del acorazado, como los niños campesinos con su vapor de cuerdas, con el barco de acero que avance hacia tus fuentes aureolado de velas y parada en el tope la paloma del Iris, abierto el pecho por tus Siete Estrellas... LA BARCA DEL PASADO Y ahora, vuelvo los ojos hacia la síntesis del Canto, hacia la barca del Pretérito, de parda vela y el bauprés sangrado, tu propia barca, donde tú venías, piloto de ti mismo, timonel de tu barco, donde venía la Patria recién nacida, como Moisés entre sus mimbres, por donde Dios quiso llevarlo. Caracas fue la cuna y Angostura la eternidad. Por los montes andaba la Patria sin bautismo, cuando llegó a los llanos, curva de caminar, y entre tus aguas se fundió contigo y fue contigo un solo llanto y un solo rugido tenaz. Y bajaste con ella. Te cabalgó. Su trenza era la espiga del escudo y tú eras el caballo sin paz. Surcaste las tierras crucificadas y en Angostura le diste tu agua lustral y seguiste con ella: ¡allá va la República! y en las bocas se hace veinte patrias más y se asoma a tus veinte labios cuando se va acercando al mar y el mar alza en hostias su mejor espuma y en las veinte bocas te pone sal. Padre del Agua, Orinoco de las Siete Estrellas: cayó en tus aguas mi parábola como un llanto en el fondo de una mano abierta. Si el mar te bautiza con la sal del mundo, Río de la Patria de las Siete Estrellas, mi Parábola desnuda, mi llanto manado de una herida nueva, te caiga en el fondo y a la mar se vaya y en el mar se espume y suba en la niebla y en la nube viaje y en la montaña llueva y salte en la fuente y a tus aguas torne y arda en el brasero de tus Siete Estrellas... (Aguas del Orinoco, noviembre de 1927) ORINOCO La prueba, oh mi fuerte Orinoco, te filtró toda el agua. Tú mismo, desordenado, pródigo, invasor, subversivo, venezolano, tú mismo llevaste las dragas que te roen el fondo, como tu propio pico de pelícano. Te profundizaste, escupiste el freno de las barras, te recogiste en tu designio definitivo. Un día te echaste al hombro tus caimanes y abandonaste lentamente las sabanas. Tú mismo te empinaste hacia abajo, esotérico, con un hondo respeto de la tierra y diste a tus mil brazos aptitud atlética para recibir la crianza del trasatlántico, para prenderte a las orillas grandes ciudades que te caen como tributarios de vida, para ser el zaguán del mar, traficado por los gritos de la tierra que se echa a las calles del mundo. Denso, populoso, te caen y se te ahogan duras palabras engranadas en todos los idiomas del planeta. Pero, todavía, fuerte Orinoco, todavía eres el Río Indio, inconfundible, en el salto, en la bandada, en la garza en un pie, que casi vuela y en tu último caimán en cuyo bostezo se refugió toda tu tradición con silenciosa desembocadura. Oh mi fuerte Orinoco, vieja calle bolivariana, por donde pasó sin rumor el hombre que te empujó con el remo que lo empujaba! Oh mi fuerte Orinoco, erizado de flotas! La prueba que te filtró las aguas y del lado de ayer dejó el residuo de sangre y de fiebre con eficacia final de abono, la prueba que te llevó a tu máxima estatura interior, Orinoco, gran Río Útil, primer ciudadano de Venezuela, tu prueba nos pasó por tu mismo filtro. Yo mismo me vi colar entre mi conciencia y me sentí dragado hasta la raíz de mi carne verdadera. Aquí estoy, mi río sereno, como lago que anda, mi viejo río de las siete estrellas, aquí estoy. Mi poema de hace setenta años, mi viejo poema, frondoso como tus selvas, desbordado como tú, fue talado en la prueba, filtrado, dragado, y regresa a ti en la pureza de una palabra que cabe en una mano con holgura de sorbo y que te cae con el sentido caudaloso de una gota tributaria, voz de la lengua que trabaja, canta, el salado sudor de los trabajadores, ya desde los raudales, te hace marina el agua! BESTIARIO EL CAIMÁN Es el Capitán del Río; viejo zorro dormilón, viejo Neptuno, con ese dolor de eternidad de los que se salvaron del Diluvio En la playa candorosa alza su boca abierta el Capitán del Río como si fuera echando hacia los cielos las almas de los que se ha comido. Viejo zorro, compadre del filósofo, ¡sospechoso, como el lomo de un libro...! LA RAYA Alacrán de orilla. comadre de orillera, oculta, como una mala intención, enconosa, como una mala lengua. Quizá no entra al Río porque no la dejan y se embosca en la orilla, como el mango de marzo, que al quitarse la cáscara, nos la pone en la puerta. EL TEMBLADOR Bólido entre dos aguas, gota de tempestad, gato de agua -el alma de algún gato hundido- o más bien un rayo que cayó una noche y cuando iba hacia el fondo, se pasmó con el frío. EL CARIBE La diezmillonésima parte de un tiburón multiplicada diez millones de veces. El Caribe es la distancia más corta que hay del Río a la Muerte. EL BOA La cola en el árbol, la boca en el río, es todo un cauce: entra al Orinoco la cascada viva, el tributario de carne. EL MONO Desde el árbol más alto, donde se toca el cielo, colgado de la cola al pico de una estrella, con las manos tendidas, nos saluda el Abuelo. LAS GARZAS ¿Es una nube? ¿Es un punto vacío en el azul...? No. amigo mío, en un bando de garzas... Son las novias del Río... LOS TRIBUTARIOS Siete caballos, como traílla, sin rienda ni silla, por siete caminos vienen en tropel; como una traílla de grandes mastines, espesos de espumas, de nervios, de crines, los siete caballos llegan hasta él. Él les ve llegar: El primer caballo le ofreces sus ancas para cabalgar, el segundo, dale sus espumas blancas, como las del mar, el otro, en la floja nariz que palpita le da un humo blanco con calor de hogar, el cuarto se encabrita y el quinto relincha, de azogue el ijar y el sexto murmura y el séptimo grita y el Orinoco es todo lo que llega al mar. Los cuatro primeros son la guardia de las Fuentes, los Sacerdotes de la Palabra Secreta, la trinchera del indio, cuatro potros inmóviles en las cuatro esquinas de su tumba abierta. Guardajoyas del misterio: el Caura y el Guaviare y el Vichada y el Meta, antemurales de la Tradición, caballos de San Marcos de los ríos de América. El quinto es la piedra que va monte abajo, potro desbocado, cola y crines negras, piedra de diamante, luminosa piedra. Camino arduo de los Conquistadores, zarzal de la limpia rosa misionera, breñal por donde se mete el Cristo buscando ovejas, milagro de la Conquista, Caroní, Bucéfalo de América. Es sexto es un caballo alegre, con el anca nevada de una garza llanera; vio el engaño del Yagual y la astucia de las Queseras, buen amigo de Ulises, el Arauca de plata fue el Caballo de Troya de los ríos de América. Y el séptimo fue el río que bajó de los Andes y cruzó el llano, espoleado por la Leyenda, en el lomo le floreció un Centauro injerto del tritón, que tomó Las Flecheras, caballo del Prodigio, cimarrón de la Hazaña, Apure es el Pegaso de los ríos de América... Y a ti vinieron los siete caballos y entraron los siete por tus siete estrellas y tus siete heridas se te iluminaron cuando detuviste tu carrera, porque un hombre triste se aferró a tu lomo, y sentiste sus manos fuertes como dos riendas y marchaste con el hombre triste que te pesaba como un mundo... ¡y tan pequeño como era! y así fue que en tu espalda marchó Alonso Bolívar y fuiste el Rocinante de los ríos de América... CANTO DE LOS HIJOS EN MARCHA Madre, si me matan, que no venga el hombre de las sillas negras; que no vengan todos a pasar la noche rumiando pesares, mientras tú me lloras; que no esté la sala con los cuatro cirios y yo en una urna, mirando hacia arriba; que no estén las mesas llenas de remedios, que no esté el pañuelo cubriéndome el rostro, que no venga el mozo con la tarjetera, ni cuelguen las flores de los candelabros ni estén mis hermanas llorando en la sala, ni estés tú sentada, con tu ropa nueva. Madre, si me matan, que no venga el hombre de las sillas negras. Lléname la casa de hombres y mujeres que cuenten el último amor de su vida; que ardan en la sala flores impetuosas, que en dos grandes copas quemen melaleuca, que toquen violines el sueño de Schuman; los frascos rebosen de vino y perfumes; que me miren todos, que se digan todos que tengo una cara de soldado muerto. Lléname la casa de flores regaladas, como en una selva. Déjame en tu cuarto, cerca de tu cama; con mis cuatro hermanas, hagamos consejo; tenme de la mano, tenme de los labios, como aquella noche de mi padre muerto, y al cabo, dormidos iremos quedando, uno con su muerte y otro con su sueño. Madre, si me matan, que no venga el coche para los entierros, con sus dos caballos gordos y pesados, como de levita, como del Gobierno. Que si traen caballos, traigan dos potrillos finos de cabeza, delgados de remos, que vayan saltando con claros relinchos, como si apostaran cuál llega primero. Que parezca, madre, que voy a salirme de la caja negra y a saltar al lomo del mejor caballo y a volver al fuego. Madre, si me matan, que no venga el coche para los entierros. Madres, si me matan, y muero en los bosques o en mitad del llano, pide a los soldados que te den tu muerto; que los labradores y las labradoras y tú y mis hermanas, derramando flores, hasta un pueblo manso se lleven mi cuerpo; que con unos juncos hagan angarillas, que pongan mastranto y hojas y cayenas y que así me lleven hasta un cementerio con cerca de alambres y enredaderas. Y cuando pasen los años tráeme a mi pedazo, junto al padre muerto y allí, que me pongan donde a ti te pongan, en tu misma fosa y a tu lado izquierdo. Madre, si me matan, pide a los soldados que te den tu muerto. Madre, si me matan, no me entierres todo, de la herida abierta sácame una gota, de la honda melena sácame una trenza; cuando tengas frío, quémate en mi brasa; cuando no respires, suelta mi tormenta. Madre, si me matan, no me entierres todo. Madre, si me matan, ábreme la herida, ciérrame los ojos y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo y esa pobre mano por la que me matan, pónmela en la herida por la que me muero. Llora en un pañuelo que no tenga encajes; ponme tu pañuelo bajo la cabeza, triste todavía por las despedida del último sueño, bajo la cabeza como casa sola, densa de un perfume de inquilino muerto. Si vienen mujeres, diles, sin sollozos: -¡Si hablara, qué lindas cosas te diría! Ábreme la herida, ciérrame los ojos... Y una palabra: JUSTICIA escriban sobre la tumba Y un domingo, con sol afuera, vengan la Madre y las Hermanas y sonrían a la hermosa tumba con nardos, violetas y helechos de agua y hombres y mujeres del pueblo cercano que digan mi nombre como de su casa y alcen a los cielos cantos de victoria, Madre, si me matan. (Mayo de 1929) SONETO DE LA RIMA POBRE Me das tu pan en tu mano amasado, me das tu pan en tu fogón cocido, me das tu pan en tu piedra molido, me das tu pan en tu pilón pilado. Me das tu rancho en tu palma arropado, me das tu lecho en tu rincón sumido, me das tu sorbo, a tu sed exprimido, me das tu traje, en tu sudor sudado. Me das, oh Juan, tu dame de mendigo, me das, oh Juan, tu toma de pobrero, tu clara fe, tu oscuro desabrigo, y yo te doy, por lo que dando espero, el oscuro esperar con que te sigo y el claro corazón con que te quiero.
|