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martes, 19 de enero de 2010

"Hace un año se me acabó el amor por Íngrid": Juan Carlos Lecompte

Lecompte dice que en la llamada de 15 minutos que Íngrid le hizo cuando la liberaron, ya sabía que todo había acabado.

Foto: Archivo / EL TIEMPO

Lecompte dice que en la llamada de 15 minutos que Íngrid le hizo cuando la liberaron, ya sabía que todo había acabado.

El ex esposo de Íngrid Betancourt, en entrevista con María Isabel Rueda.

¿Este nuevo libro 'Íngrid y yo, una libertad agridulce' lo escribe porque aún tiene abierta la herida de amor con Íngrid Betancourt, o porque ya la cerró?

No. Ya la cerré. A mí realmente el amor por Ingrid se me acabó del todo cuando murió mi papá, que casualmente fue hoy hace un año. Ese día Íngrid me llevó a mi casa la demanda de divorcio, porque no le firmé unos papeles en el hospital. Mi papá estaba agonizando y yo no tenía cabeza para nada. Le pedí que me diera un tiempito. Tres días después murió mi papá y me llegó su demanda de divorcio. Ese día se me acabó el amor por ella.

Pues eso nos sorprende, porque todos pensamos que el amor se le había acabado con el incidente del aeropuerto, el día de su liberación, cuando casi no lo determinó.

No. Después de eso ella se fue para París y duramos hablando hasta año nuevo.

A pesar de eso ¿usted todavía guardaba esperanzas?

Yo me merecía la oportunidad.

¿De recomponer la relación?

Si. Yo pensaba que de pronto sí se podía. Cuando ella estuvo en las islas Seychelles duramos hablando muchísimo. Ella regresó, hablamos por teléfono. Pero yo no quise ir a la embajada de Francia a que me diera otra cachetada delante de todos los periodistas y de la mamá, así es que le dije que nos reuniéramos a solas en mi casa, o en su casa, o en el hospital. Ella no quiso, alegando problemas de seguridad. Yo le dije que esos problemas de seguridad ella podía contárselos a los franceses, a mí no. Entonces no nos pudimos ver. Nos pusimos una cita el 25 de diciembre en Miami, pero ese día mi papá entró en coma. Falté a esa cita. Nunca pudimos hablar, pero siempre mantuve la esperanza, de pronto de una manera inocente, ridícula, de que eso se pudiera arreglar.

Inocente puede que sí, pero ridícula no. Los seres humanos enamorados actuamos así...

Pues mira que en estos días una mujer, como de unos 30 años y muy bonita, me paró en la calle y me dijo la cosa más chévere que me han dicho en todos estos años: a mí me gustaría conseguirme un hombre que me quiera tanto como tú quisiste a Ingrid, me dijo. Eso me encantó y me reconfortó mucho.

¡Qué bonito! ¿Pero sabe que yo también quiero uno igual?

(Risas). Íngrid nunca me dio un pésame. Y recibir la demanda de divorcio el día de la muerte de mi papá....Hay unos ciertos límites en la vida que uno no debe pasar, y eso pasó la raya. Ni estando yo demasiado enamorado podía admitir algo así. Mi padre la quería mucho y le escribió un poema que está en el libro. Pues se murió y ni siquiera me dio el pésame.

¿Por qué no hacer un divorcio de común acuerdo?

Eso era lo planeado. Pero ella quería que le firmara los papeles con mucho afán, y eso no podía ser con mi papá en el lecho de muerte. Yo quería enterrar a mi papá tranquilo y luego hacer el papeleo del divorcio. Pero como no se los firmé a tiempo, ella metió la demanda.

No me ha contado por qué escribe usted este nuevo libro.

Es un exorcismo, sí, pero además, cuando uno escribe un libro, pone la vida un poco en perspectiva. Y así uno puede ver muchas cosas que no ha visto en el dia a dia, te limpias el alma, y es la historia de los que nos quedamos acá.

¿Cómo empieza el libro?

El libro juega mucho con el tiempo. Empieza en el momento en que ella se baja del avión, el famoso julio del 2008, cómo me entero yo, qué estaba haciendo ese día, cómo confirmé que sí era verdad la historia, cómo fue el encuentro, cómo fue la llamada que me hizo 15 minutos antes de aterrizar en la que me doy cuenta de que ella estaba muy fría. Gracias a Dios que esa llamada existió, porque si no, lo que pasó después me habría matado ahí mismo, en la mitad de la pista.

¿Qué gran revelación tiene el libro?

No tiene una gran sorpresa pero sí muchas pequeñas sorpresas. Por ejemplo, el de la llamada. En esos 15 minutos yo pude llenarme de fuerza porque ya sabía lo que venía: la absoluta frialdad de Íngrid en su saludo conmigo. Por teléfono no la sentí para nada emocionada, estaba muy fría, muy distante. Con esa llamada me di cuenta de que todo había acabado. Yo sí pensaba que por lo menos podíamos intentarlo, como lo hizo Gechem con su esposa durante un par de meses. Si al cabo de los cuales descubríamos que habíamos cambiado mucho, pues eso yo lo habría entendido. Tú no puedes obligar a una mujer a estar contigo. Pero ni siquiera tuve una hora para hablar con ella a solas, con mi esposa, después de los seis años y medio que luché por ella, en los que se me convirtió en una obsesión. ¿No tener una hora para hablar los dos solos de la vida, oye, tú recibiste las fotos que te mandé, te enteraste de cuando nos tomamos la catedral, tú oías mis mensajes, cuál te gustó más, no sé, hablar sobre cualquier cosa? Nunca pude hacerlo.

¿Qué más cuenta en su libro?

Pues el libro tiene, en medio de la tragedia, mucho humor. Los colombianos se lo ponemos a todo, afortunadamente, y los costeños más. Eso ha gustado mucho en Francia. Por ejemplo, lo utilizo para describir ese cuadro que era la mamá de Íngrid cuando salía, llena de joyas, en cada aniversario del secuestro, a pedir por su liberación. Muchos aretes, anillos y collares. Yo le decía: pero Yolanda, no te pongas tantas cosas, que le estás mandando un mensaje equivocado a la guerrilla y van a pensar que tú eres una oligarca. Fíjate en el contraste con las mamás de los soldados y los policías. Ese look no nos conviene. Pero siempre me respondía: es que yo soy así. Yo se lo dije porque a mi mamá también el aterraba eso, y me presionó mucho para que se lo dijera. Hasta que se lo dije, pero eso no le gustó.

Ni más faltaba que usted no vaya a tener derecho de contar la parte que le correspondió vivir en este drama. Pero no faltará quien diga ¡ah! Juan Carlos está utilizando a Íngrid para ponerse unos pesitos.

Pues yo perdí seis años y medio de mi vida, en los que ella estuvo suspendida y todo lo que hacía estaba en función de su liberación. En mi libro relato el día a día que viví durante esos seis años y medio. En ese momento no pensaba que estaba perdiendo el tiempo, porque tratar de recuperar la libertad de Íngrid se me había convertido en una fórmula de vida. Cada día angustiado por hacer algo que permitiera liberar a los secuestrados, y en especial a Ingrid lo antes posible. Pero hoy sí pienso que perdí ese tiempo. Los secuestrados tienen todo el derecho de escribir libros para contar su drama, pero los que nos quedamos aquí también tenemos nuestra propia historia.

¿Y cuál es su historia?

Una de mucho amor, de muchos sentimientos, de muchas emociones, y yo quiero que el mundo la conozca, porque las personas conocen la historia de los secuestrados, pero menos conocen la de los que nos quedamos aquí con la vida suspendidita en el instante del secuestro.

¿Con los niños de Íngrid se volvió a ver?

No. Perdí contacto con todos ellos. Pero hay que entender que los niños están con su mamá. Aunque no puedo olvidar la cara de Melanie cuando ella se enteró de que yo no iba a París con ellos. Puso una cara de asombro y de tristeza. Y cuando fui a despedirlos al aeropuerto como tocaba, porque yo hice mi tarea toda completa, ella me agarraba la mano en el carro muy en shock, sin poder comprender. Yo le decía: es que tu mamá me pidió un espacio para poder estar a solas con ustedes. Eso lo entendí. Pero sí creí que me merecía una oportunidad, después de esos seis años en los que mi vida solo estuvo al servicio de su liberación.

¿Qué tan íntimo es el libro?

El libro sí tiene muchas intimidades. Está cargado de emoción. La gente vio a un tipo ahí peleando por su mujer, pero no se enteró de los detalles. El libro cuenta cosas como por ejemplo el famoso cuento de mi novia mexicana. Una periodista que me invitó a su casa y cuando yo llegué tenía velas prendidas y unos sushis, y trató de seducirme. Como no me dejé ella dijo que se iba a vengar y puso en boca mía cosas que yo no había dicho. Ese cuento le llegó a Íngrid y le hizo mucho daño a la relación.

¿Por qué ella sí podía y usted no?

Por eso. Pero de pronto no fue eso lo que la desilusionó de mí. Yo no lo he podido saber. Porque en alguna oportunidad me dijo que lo que no me perdonaba era la entrevista que yo le di precisamente a usted, aquí en EL TIEMPO, cuando pasó lo del saludo del aeropuerto y yo decidí confesar mi sorpresa y mi dolor por esa bienvenida tan fría.

¿Cree que las versiones del libro de Clara Rojas, de los gringos, afectaron a Íngrid en su imagen?

Sí, un poco. La gente pensaba que Clara y ella se adoraban, pero, la verdad es que no era así. Para mi fue una sorpresa, como lo fueron las revelaciones de los gringos. Que ella se robaba la comida y que creó un ambiente que ponía en peligro la vida de los gringos con la guerrilla porque decía que eran de la CIA..... Pero en esos momentos tan extremos de un secuestro de seis años, yo respeto las maneras que ella escogió para sobrevivir.

¿Ella conoce su libro?

Su contenido no, pero de qué va a aparecer debe haberse enterado por las noticias. Pero ella también sacará el suyo en marzo, y yo no lo conozco. Sé que va a ser una cosa muy ambiciosa, que Spielberg está interesado en llevarlo al cine, que también la productora de La lista de Schindler, Kathleen Kennedy. La editorial que lo publica, Gallimar, es muy grande y muy poderosa. Me imagino que en su libro yo no existiré, como no existí en ninguna de las entrevistas que ella dio el 2 y 3 de julio cuando salió liberada y estando yo al lado, habló ante los medios para darle las gracias a todo el mundo, menos a mí. A mí ni me nombró. En este libro ni me nombrará.

Pero ese pedazo de historia que compartieron ambos sí existió....

Existió y yo la quiero reivindicar.

¿En el libro hay algún capítulo sobre su vida íntima con Ingrid?

Sí. Hay un capítulo de cómo nos conocimos, de cómo era nuestra vida cotidiana, nuestros fines de semana, nuestra relación de pareja. El relato lo empiezo el 2 de julio y luego me devuelvo secuencialmente en el tiempo hasta mi vida matrimonial con Ingrid.

¿Por qué el libro sale primero en Francia que en Colombia?

Pues esta semana precisamente se interesó una editorial en Colombia. Ojalá que se concrete algo, porque estoy seguro de que ese libro les va a gustar mucho a los colombianos, porque ellos vivieron más el día a día del secuestro que en Francia.

Pues a ella se la llevaron los franceses y usted fue la parte que nos quedó a los colombianos de esta historia. Luego la versión suya de las cosas seguramente nos va a interesar....

Sí. Es la versión colombiana de la historia.

¿Cuál es el epílogo del libro?

El de que esta Íngrid de ahora es prácticamente como si no la hubiera conocido. Es que no la reconozco cada vez que la oigo hablar por ahí. Y cuando hemos hablado, incluso este año un par de veces, es como otra persona.

En su demanda de divorcio ella lo acusa a usted de drogadicto....

Ella usó esa arma, me imagino que para ganar el pleito. Pero tendrá que probarlo. Esas armas eran innecesarias. Ella resolvió acelerarse, no quiso hablar conmigo, me puso un abogado, me puso una demanda.

Y usted la acusó de infidelidad...

Pues esa fue una recomendación de mi abogado. En este tema me dice qué hacer porque me encomendé a él y tengo que dejar que maneje la demanda y me aconseje como actuar.

Una última pregunta. ¿Si ya Íngrid no le produce mariposas, usted se ha vuelto a enamorar?

Por ahí hay una niña, sí.

¿Su corazón está listo para volverse a enamorar?

Sí. Ojalá que se pueda...

Por María Isabel Rueda
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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