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domingo, 12 de diciembre de 2010


ARTÍCULOS DE OPINIÓN

El Papa y el periodista

Benedicto XVI considera que la fe cristiana tiene un interlocutor preferente, la racionalidad occidental laica, que ha originado una profunda secularización

12.12.10 - 03:54 -

Se acaba de publicar una larga conversación que el periodista alemán Peter Seewald sostuvo con Benedicto XVI el verano pasado en Castelgandolfo. Nunca antes un Papa se había expresado de esta forma. No es un ejercicio de magisterio pontificio, pero responde al estilo del Papa actual, que no teme decir lo que piensa y tiene un interés positivo en incidir en el debate cultural. El libro es mucho más legible y accesible que los documentos pontificios habituales. Se deslizan algunos detalles personales, siempre muy sobrios, que hacen más agradable la lectura. Ya en 1985 el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, sostuvo un diálogo con el periodista Vittorio Messori -'Informe sobre la fe'- que es muy diferente al actual: mucho más polémico, la preocupación dominante era enderezar la evolución posconciliar, que se juzgaba de forma extraordinariamente negativa, porque se estaba claudicando ante los valores del mundo moderno y se rompía con la continuidad de la tradición católica.
El tono del libro que acaba de aparecer -'Luz del mundo'- es muy distinto, mucho más positivo, propositivo y equilibrado. No es lo mismo hablar como Papa que como prefecto de una congregación romana, pero es que también el clima en la Iglesia ha cambiado. Se ha impuesto lo que Ratzinger llamaba «la hermenéutica de la continuidad». Algunos dirían que, respecto al Vaticano II, ha habido freno y marcha atrás. Por otra parte, el periodista, amigo del Papa, formula unas preguntas muy largas, con mucha carga ideológica y desde una perspectiva conservadora rayana en el fundamentalismo, hasta el punto de que el Papa, con frecuencia, le matiza diciendo «yo no diría tanto», «no juzgaría con tanta dureza»...
Benedicto XVI considera que la fe cristiana tiene un interlocutor preferente, la racionalidad occidental laica, que ha originado un profundo proceso de secularización. En su famoso diálogo con Habermas lo justificaba: «Esto no significa caer en un falso eurocentrismo, porque ambos caracterizan la situación mundial como ninguna otra fuerza cultural». En mi opinión, el Papa desgrana en el libro tres núcleos, que le son muy queridos y están íntimamente relacionados. El primero plantea abiertamente la cuestión de Dios como lo que da sentido último a toda la realidad. El segundo, la necesidad del ser humano de buscar la verdad, concretamente el orden natural inscrito en la realidad. Un filósofo italiano, Gianni Vattimo, con el ánimo claro de intervenir en la cuestión que plantea incesantemente Ratzinger, aunque no lo cita, acaba de publica un libro con el provocativo título de 'Adiós a la verdad': la pretensión de poseer la verdad lleva a la imposición y tiende al totalitarismo; según Vattimo, el cristianismo de las verdades rompió Europa y sólo el cristianismo del amor y de la libertad puede constituir la base de la identidad moderna de Europa.
El Papa, por el contrario, denuncia continuamente «la dictadura del relativismo», una cultura que en nombre de la tolerancia quiere eliminar del debate público la propuesta cristiana de entender la vida y camina hacia su decadencia y destrucción en la medida en que renuncia a unas verdades morales objetivas radicadas en la naturaleza. El tercer núcleo es el diálogo con la modernidad, en la que el Papa, después de denunciar lo negativo, encuentra muchos valores morales, que «provienen del cristianismo». Esta afirmación, que puede ser cierta, sería mejor acogida si fuese acompañada del reconocimiento de que la Iglesia se opuso tenazmente a las mejores conquistas de la modernidad (libertad religiosa, derechos humanos, separación de la Iglesia y el Estado, entre otras).
Señalo ahora tres cuestiones que aparecen en el libro-entrevista y que se me antojan tareas abiertas de hondo calado. El Papa Ratzinger no reivindica el deseo de espiritualidad del ser humano para introducir por ahí el cristianismo, lo que habría encajado muy bien con una amplia sensibilidad contemporánea. Él mismo dice que «no es un místico», «es un profesor». Le interesa la firme identidad ideológica del cristianismo. Su punto fuerte es articular la fe y la razón. La religión necesita de la razón para no caer en la barbarie y la razón de la modernidad, que también ha producido monstruos (desde el Gulag hasta la bomba atómica), necesita de la sabiduría vehiculada a través de las tradiciones religiosas y, concretamente, del cristianismo.
En efecto, la memoria persistente de las víctimas, del sufrimiento de los inocentes, tiene mucho que enseñar y criticar a la ideología del 'progreso' de la modernidad. Me ha sorprendido la reiteración con que el Papa habla de la necesidad de reformular muchos aspectos del cristianismo que se han vuelto ininteligibles para quienes viven en el paradigma cultural de la Ilustración: «Son fórmulas notables y verdaderas que, sin embargo, ya no tienen lugar alguno en todo el entramado de nuestro pensamiento y en nuestra imagen del mundo, se trata de fórmulas que hay que traducir y captar de nuevo». ¿Pero hay libertad en la Iglesia de nuestros días para realizar esta tarea de reformulación ideológica?
Por último dos palabras sobre la cuestión del preservativo, la que más ha llegado a la opinión pública. Puede pensarse que el Papa ha usado un medio tan inhabitual para desbloquear un tema enquistado. Para ello recurre a un principio de lo más tradicional, utilizado por algunos moralistas con la misma intención que el Papa, pero que han salido malparados por instancias vaticanas. En pocas palabras, lo que dice Benedicto XVI es que el preservativo no responde a un ideal (en esto el acuerdo será total, aunque por motivos distintos), pero hay ocasiones en que es mejor usarlo que no usarlo. Y pone algún ejemplo, sin pretender agotar toda la casuística, que inevitablemente se planteará ahora en cascada. Sin embargo, me pregunto si lo más procedente, desde el punto de vista teológico, no es presentar la visión cristiana de la sexualidad en el contexto de un amor humano de elevadas exigencias y abandonar casuísticas invasoras de lo que debe quedar en manos de las conciencias y de la responsabilidad personal.

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