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martes, 16 de febrero de 2010

Biografìa : Enrique Bernardo Nuñez, escritor


Enrique Bernardo Núñez nace el 20 de mayo de 1895 en Valencia, hijo de Enrique Núñez e Isabel María Rodríguez.

Inicia para 1907 la educación media, terminado el bachillerato se traslada a Caracas (1810), con la idea de dedicarse al periodismo, pero ingresa en la Universidad Central de Venezuela para cursar Medicina, así mismo, asiste como oyente a las clases de la Escuela de Derecho, luego de un breve tiempo decide dedicarse por completo al periodismo y la literatura (1912).

Para 1918 publica su primer libro: la novela Sol interior, dos años más tarde (1910) publica Después de Ayacucho, ese mismo año contrae matrimonio con Mercedes Burgos (4 de marzo).

Se convierte en columnista de los diarios El Universal, El Heraldo y El Nuevo Diario (1920) y colabora con las revistas Billiken y Cultura Venezolana.

Nombrado Secretario de la Legación de Venezuela en Bogota, parte de su país natal en 1928. En su estadía en el país granadino colabora con el diario El Tiempo y publica sus folletos Un poeta y un panfletista y Venezuela es un cuartel. Con el cargo de Primer Secretario de Legación de Venezuela (1929) es trasladado a Cuba, en donde comienza a trabajar en su tercera novela Cubagua, y la concluye en 1930, en Panamá, donde ejercía el cargo de Secretario de la Legación de Venezuela, en este mismo lugar inicia La Galera de Tiberio.

En 1931 se publica Cubagua en París, y solo sesenta ejemplares de esta primera edición circularon en Venezuela. Para 1932 concluye en Barcelona La Galera de Tiberio, luego de un período bastante difícil económicamente, inicia en 1936 una intensa actividad periodística, parte de la cual recoge en sus libros Signos en el Tiempo, Viaje por el país de las máquinas y Bajo el Samán.

El 1938 es nombrado Cónsul de Venezuela en Baltimore, ese mismo año publica La Galera de Tiberio en Bélgica, pero no queda contento con esta ficción, y molesto con su trabajo decide arrojar la mayor parte de la edición al Río Hudson en New York y solo conserva algunos ejemplares, en uno de los pocos que se salvaron dejó consignadas algunas correcciones que fueron tomadas en cuenta al publicar la novela en 1941.

Enrique Bernardo Núñez retorna a Venezuela en 1939, un año después vuelve a Estados Unidos y regresa nuevamente en 1941. Aparece publicado en 1943 El hombre de la levita gris, una biografía de Cipriano Castro.

Por su dedicación y entrega al periodismo, es nombrado primer Cronista de la Ciudad de Caracas en 1945.

Luego de muchos años dedicados al periodismo y la literatura este escritor venezolano fallece en Caracas el 1 de Octubre de 1964.

BIBLIOGRAFÍA DEL AUTOR

  • Sol interior (1918)

  • Después de Ayacucho (1920)

  • Un poeta y un panfletista (1928)

  • Venezuela es un cuartel (1928)

  • Cubagua (1931)

  • Don Pablos en América (1932)

  • Signos en el tiempo (1935)

  • Viaje por el país de las máquinas (1935)

  • Bajo el Samán (1936)

  • La Galera de Tiberio (1938)

  • Una ojeada al mapa de Venezuela (ensayo, 1939)

  • Dos reportajes (1940)

  • Orinoco (1940)

  • El Hombre de la levita Gris (1943)

  • Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo (1944)

  • La Galería del Concejo (1945)

  • Fundación de Santiago de León de Caracas (1955)

  • Tres poetas (1959)

  • Codazzi o la pasión geográfica (1961)

  • Figura y estampas de la antigua Caracas (1962)

  • La estatua de El Venezolano: Guzmán o el destino frustrado (1963)

Extractos del discurso de Enrique Bernardo Núñez ante la Academia Nacional de la Historia. Junio de 1948.

La Historia es pasión de actualidad

A nosotros nos toca a la última etapa de lo que fue colonización española, en el umbral de otra edad, cuando otras razas, otras civilizaciones, vienen a establecerse en nuestro suelo. Una vez más el oleaje de la historia universal se hincha y azota nuestras costas. Vivimos una época de grandes imperialismos y nuestro país ha de librar una terrible batalla por su existencia. Nuestro espíritu ha de estar tenso como el arco de los habitantes primitivos. Por eso, estudiar historia no significa en modo alguno apartarse de la lucha en busca para insustanciales declaraciones, sino acudir a ella armados de una razón poderosa. Es saturarse de la realidad. Es saturarse de la realidad que la ha inspirado y de inspirarla en lo sucesivo. Y aunque se ha dicho -y así puede comprobarse en nuestros días- que la historia de nada sirve a los pueblos en sus crisis, y es más necesario a nuestro país hacer historia que escribirla, no podemos renunciar a ella sin decir al mismo tiempo que nuestra existencia carece de fundamento, sin renunciar a una herencia oral y material. Un pueblo sin anales, sin memoria del pasado sufre ya una especie de muerte. O viene a ser como aquella tribu que solo andaba por el agua para no dejar sus huellas. A pesar del número de sus cultivadores puede decirse que ignoramos la propia historia.

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No en vano, al recorrer los caminos de Venezuela, a veces bajo el más humilde techo, se oyen palabras, que son eco vivo de historia. No historia enteca o amañada, o cubierta de afeites, esas amaneradas exposiciones que suelen llamarse historia, historia escrita al detal, verdadero baratillo de historia, sino otra con la sangre misma de las entrañas de un pueblo. Y esta causa de Venezuela es la misma de América. En el siglo pasado solía decirse que nuestra historia no estaba escrita. Hay, en realidad, una historia no escrita, o que está por escribirse. Una historia inspirada en los grandes ríos, las llanuras y cordilleras, obra de un pueblo fuerte y numeroso. Una historia sin mentalidad colonial, aunque con espíritu colonizador. En esa historia el Orinoco vendría a ser para Venezuela como el Nilo para los egipcios, el don del río. Tal vez hallaríamos entonces sus fuentes remotas y desconocidas. E mismo débil trazado de la colonización española que todavía mantiene sus ataduras sería apenas un accidente entre nosotros y un pasado inmemorial. Al que escribe historia se le exige imparcialidad. Podrá serlo el que escribe países, de hechos o épocas remotas o de facciones de su propia nación sin pertenecer a ninguna. No así cuando se considera la propia causa, el propio destino. La historia escrita por razas dominadoras será siempre distinta a la interpretación que puedan darle los pueblos vencidos u oprimidos. Hemos de ser parciales por nuestro país.

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Tres son los períodos más definidos de la historia de Venezuela a partir de su descubrimiento por los europeos: Conquista, Colonización e Independencia, formas todas de un mismo proceso. Estas palabras son piedras mágicas con las cuales es posible abarcar el pasado y el presente de nuestro país. La Conquista no concluye en el siglo XVII. Ni la Colonia propiamente dicha finaliza en la Independencia. Fluye todo esto en una permanente actualidad. Son tres etapas que se prologan hasta nuestros días. Se diría que todo nuestro pasado fuese presente. No nos sería dado, sin desconocer la historia, o defraudarla, hablar de ellas como de un lejano pretérito. Como si ya lo hubiésemos sobrepasado. Por eso nos pagamos tanto del juicio que al historiador, al político o al periodista, merezca ese pasado. NO nos sería dado hablar de la colonia española sin referirnos a otras colonizaciones posteriores. Hablar de las miserias de ayer y callar las de hoy. De inversión de capitales coloniales será preciso escribir voluminosos libros. Dos estilos o dos maneras en el fondo semejantes. En tal sentido la Real Compañía Guipuzcoana no difiere mucho de las compañías explotadoras del petróleo, por ejemplo.

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Se quiere presentar la Conquista como fuente de bienes para el vencido. Los métodos de la Conquista parecen más bien los de una barbarie que se opone a otra. Una barbarie que dispone del arcabuz, del caballo y del perro de presa. El diálogo entre el “bárbaro” y el “civilizado” es un admirable y completo drama. El “bárbaro” aparece lleno de buen sentido, armado de su razón, de su derecho ante el “civilizado”. A veces hace enmudecer a éste que no tiene otra razón sino la de su fuerza. En América, como tantas otras veces, el derecho se funda en el despojo de una por otra.

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La Conquista hace el efecto de la hoz en un campo de heno. Alos indios hay que convertirlos. Toda la razón moral de la conquista es la de esa conversión, pero se les lleva caritativamente a la minas. Se les denomina “piezas” y como tales son herrados y vendidos. Se les sujeta a encomiendas, a fin de que sirvan al sustento de los nuevos dueños de la tierra. Muy difícil les era seguramente entender una doctrina que les ataba los cuerpos a fin de salvarles el alma. (...) Al final de la Colonia apenas quedan indios en el territorio, aparte de las pequeñas comunidades que pagan tributo bajo el látigo del Corregidor, o los que se hallan sujetos a las Misiones. Este régimen imprime en le hombre americano las señales de su esclavitud. Será en lo sucesivo el hombre triste y degradado que nunca se resignó a trocar su libertad por los hábitos de la servidumbre. La Conquista quiere hacerlos algo menos que esclavos. No sólo los despoja de la tierra. Quiere también privarlos de su alma, de su pensamiento.

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El conquistador trae consigo su civilización para vivir dentro de ella en la tierra conquistada y a expensas de sus moradores. Trae sus leyes, sus casa, sus penales, su codicia, su intolerancia. Una civilización que transplanta, pero que no llega a convencer a los naturales. Desaparecen, pero no son “civilizados” –así lo leemos en nuestros diarios- a los que persiguen esos miserables restos de las antiguas naciones en las selvas de Maracaibo o del Orinoco. Los apologistas citan el caso de gracilazo en prueba de los benéficos efectos de la civilización transplantada. El inca mestizo a quien disputan la verdad de su historia, el que escribió en la lengua de los vencedores el pasado de su raza. Los dominadores prohibieron sus libros después de la rebelión de Tupac Amaru. Nuestros indios no escribieron libros, pero igualmente vivieron prisioneros en la nostalgia. Contra el indio, contra el hombre genuinamente americano, se ha levantado la más terrible requisitoria.

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Hoy se trata por todos los medios de rehabilitar la Conquista. El escritor de hoy, sobre todo si es europeo, puede considerarla del modo que le es peculiar, como un derecho de Europa sobre razas y pueblos que considera inferiores, y desde su cómodo gabinete de trabajo hablar con desdén de los que escriben historia “desde sus cómodos gabinetes de trabajo”. Este es el punto de vista de las razas conquistadoras. Nosotros no. Desde nuestro punto de vista no podemos considerarla sino como un hecho funesto. El cristianismo en América pasa por esa prueba de sangre de la Conquista. Deja esa figura de indio en cruz, Cristo indio, sobre las cimas más altas de la historia americana. El dolor de esta raza es parte de nuestra herencia espiritual.

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Cuando en Europa se nos hace a los americanos de esta parte del continente el reproche de no haber dado aporte original a la Cultura, olvidan que no podemos ser sino lo que ella hizo de nosotros. Los europeos, después de haber explotado y humillado a esta parte del mundo que llamamos América, después de haberla envilecido, encuentran muy natural reprocharle su falta de capacidad creadora. No parece muy atinado contestar esa crítica con aspavientos de vanidad herida. Antes bien, conviene detenerse a meditarla para conocer su parte de verdad. América no dio lo que pudo o debía dar, porque fue agarrotada por los europeos. La conquista fue funesta, porque ahogó en su cuna al genio americano. Preferible es, pues, aceptar como más cierto el testimonio de los hombres de 1810. La historia nuestra estará siempre mejor considerada con la visión y el interés propio del hombre americano. Las imágenes o emblemas de que se valieron los independentistas, las que adornaron por mucho tiempo sus impresos y estandartes, no son simple mercancía de abalorios ni romántica fraseología, como se oye decir a menudo. Tienen su explicación en razones más profundas. En esas corrientes misteriosas que se apoderaron del hombre e inspiran su pensamiento. Los descendientes de los conquistadores o los criollos salían en busca del espíritu americano. Y esta aparte de su aventura tiene hoy mayor vigencia

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